Dina Hidalgo
La montaña rusa se alza imponente frente a nosotros. Le robo un vistazo a Jonás para darme cuenta que aún ante la gigantesca montaña rusa, el hombre se ve tan grande que asusta.
—Ni siquiera sé cómo se supone que vamos a subir ahí. —digo, usando mi mano como visera para evitar que me ciegue el sol.
Jonás suelta una carcajada y yo me sonrojo.
—Hay un área de carga y descarga donde la montaña rusa nos permite subir. Es como subir a un asiento de avión, sólo que no tan cómodo… ni tan seguro. — dice y sin mirarlo, puedo escuchar la diversión en su voz. Lo miro, admirando lo bien que le quedan los lentes de sol.
Jonás se vistió hoy tan guapo y tan juvenil con unos jeans azul, camiseta de algodón verde oscuro y unos zapatos deportivos que lucen muy costosos.
—Muy gracioso. — respondo, poniendo los ojos en blanco.
— ¡Vamos!— exclama, me toma de la mano y trotamos hasta la zona de carga. Disimuladamente, saco mi mano de la suya en cuanto puedo.
Jonás parece no notarlo y y