Regresaron al rancho de madrugada, no habían avisado a nadie así que se dirigieron a la habitación de Daniel para dormir las pocas horas que quedaban antes del amanecer. Débora no estaba muy segura de la conveniencia de quedarse toda la noche allí y prefería regresar a su cuarto, Daniel no se lo permitió, no pensaba plegarse nunca más a los caprichos de Rebeca, y mucho menos después de haber propiciado su detención. Por mucho que intentara complacerla, su maldad no tenía fin, así que mejor enfrentarla directamente y poner las cosas en su punto.
Estaba hasta el gorro de comedias y medias tintas. Iba a acostarse con “su esposa” Débora todas las veces que le diera la gana, estuvieran o no casados, y no pensaba apartarse de su lado ni una noche más. Ahora que había descubierto la felicidad de despertar abrazado a su pequeña, odiaba dormir solo en su inmensa cama. Padecía de insomnio si no podía oler el perfume de su cabello, ni tironear cariñosamente de sus preciosos rizos para desperta