Capítulo V Algo oculto que no puedes ver

Santiago estaba en el consultorio, estaba inquieto, pero intentaba disimular

—El doctor Bristein no estará disponible, por lo menos en un mes —dijo el doctor Raven

—¿Tiene idea de cuando vuelve?

—Parece que, a mediados del siguiente mes, creo que será mejor que espere a hablar con él, y que sea el quien revise los resultados. Creo que eso le daría más confianza, señor Sanders.

Sanders estaba de acuerdo, solo confiaba en el doctor Bristein, tenían una relación de médico-paciente de más de seis años, y no podía confiar en nadie más.

—Es raro que no me haya informado de sus vacaciones.

—No son vacaciones, es por su madre, desgraciadamente falleció y tuvo que asistir a su entierro.

—No lo sabía.

—Sí, fue a Estambul.

—¿Habrá alguna manera de localizarlo?

—Sí —dijo el doctor, y le entregó en una tarjeta el correo electrónico del doctor Bristein.

Allegra esperaba a Santiago en el parque que estaba enfrente. Sentada sobre una banca recordaba aquel día de la gran discusión:

«Ella había empacado sus cosas, estaba lista para marcharse, cuando Santiago entró a su recámara y confundido observó la maleta hecha

—¿A dónde vas?

—Me marchó —exclamó ella, apuntándolo con su dedo—. Nadie va a tratarme mal. ¡No lo permitiré!

Santiago la miró desesperado y furioso

—¡Tienes una deuda…!

—¡No me importa!, si me tratas mal, me iré y nada me importará.

—Lamento mucho mi comportamiento anterior, no debí actuar de esa manera, estoy realmente avergonzado y arrepentido. Te pido una disculpa —dijo Santiago con fragilidad

Allegra se había quedado sin palabras, la palabra arrepentido había golpeado su conciencia; Santiago estaba arrepentido de haber intentado besarla. Allegra tuvo que recuperar la calma, no quería irse con una deuda pendiente, y mucho menos con esa impresión de despecho que estaba atormentándola,

—. A partir de este momento, dejaremos muy claros los límites entre tu y yo, no volveremos a cruzarlos. Tu eres mi asistente personal y yo nunca intentaré sobrepasarme de ninguna manera. Tienes mi promesa.

Allegra asintió débilmente, y Santiago salió de la habitación. Desde ese día había una brecha entre los dos difícil de cruzar»

Allegra abandonó sus caóticos pensamientos cuando Santiago se sentó junto a ella

—¿Acaso estás enfermo? —preguntó la joven

—Estoy bien, solo era una revisión general, pero tengo que ver a mi doctor de cabecera, es probable que tengamos que viajar en un par de días.

Allegra se sorprendió, pero asintió, luego sonó el teléfono de Santiago y se apuró a contestar. Cuando finalizó la llamada parecía consternado, se puso de pie y miró a Allegra, aunque no la veía a ella, en cambio, estaba absorto en sus pensamientos

—Necesito ir a Orlando de inmediato —dijo Santiago, Allegra apenas atinó a mirarlo con sorpresa.

Subieron al auto y Santiago condujo. Allegra iba de copiloto, sonaba una suave melodía de jazz

—¿Puedo saber si pasó algo malo?, porque te ves preocupado —preguntó Allegra al mirar a Santiago

—Estoy bien. Solo debo visitar a alguien en Orlando.

—¿A quién?

—Debo informarte de todo lo que hago, ¿De verdad?

—Lo siento, solo quería ayudar —dijo Allegra arrepentida

—Lo lamento yo —dijo Santiago, mientras Allegra lo miraba impresionada por su disculpa—. Es un amigo que hace tiempo no veo, y al que he estado buscando por un largo tiempo. Eso es todo.

—Debe ser muy bueno para que tú lo busques.

Santiago cambió su gesto por uno de desconcierto

—Es una larga historia.

—Es un largo camino —dijo Allegra intentando saberlo todo

—No quiero hablar de eso.

—¿Por qué te empeñas en guardar tantos secretos? —preguntó Allegra

—No guardo muchos secretos, pero tú quieres que sea un libro abierto, y no soy así.

—Me da la impresión de que escondes un secreto, como si dentro de ti hubiera un gran tesoro que intentas ocultar de todo el mundo —dijo Allegra. Santiago la miró de reojo intentando mantener la seriedad que lo caracterizaba, mientras una sonrisa furtiva escapaba de sus labios

—¿Qué tal si no hay ningún tesoro?, ¿Y si solo hay una maldición?

—Puede ser. Pero no eres tú el que decide eso.

—Ah, ¿no? —preguntó Sanders intrigado.

—Eso lo decide la persona que te conoce por completo. Aquella que logra ver tu alma, entonces decide si eres un cielo o un infierno.

—Y entonces, si descubre que soy un infierno puede abandonarme.

—No lo sé. Yo me quedaría en un infierno y lo convertiría en un cielo —dijo Allegra, Santiago la miró fijamente, con mucha curiosidad y un gesto complacido, mientras la chica se ruborizaba.

El semáforo estaba en rojo y el teléfono de Santiago comenzó a sonar, contestó por el altavoz. Era el detective Uribe, quien había encontrado a su amigo

—Hola, señor Sanders —dijo el detective—. Le llamo para decirle que le envíe vía correo electrónico toda la información del señor Michael Jones, como lo dije anteriormente, el señor Jones está viviendo solo, no hay una pista hasta ahora de Megan Carrington, pero sigo investigando, puedo asegurar que estamos a poco tiempo de encontrarla.

Santiago se puso nervioso y con rapidez colgó la llamada. Recuperando la calma y manteniendo el rumbo. Pero Allegra, que era muy curiosa no dejó morir el tema

—¿Megan? ¿Es la misma mujer de la que habló el hombre del restaurante que te increpó?

—No… No sé de qué hablas.

—Sí. Él dijo ese nombre —Allegra recordó que había mencionado que lo había abandonado

—¡Basta de ese tema! —exclamó con furia Santiago, Allegra bajó la mirada, estaba enojada de que le gritara, pero ahora estaba más curiosa que nunca. Sin embargo, mantuvo el silencio.

Tras conducir por dos horas, al fin llegaron hasta una casa en un barrio humilde. Allegra se extrañó, pues no eran los lugares que Santiago acostumbraba a transitar.

Descendieron del auto, y caminaron hasta una casa color café. Santiago tocó el timbre con premura. El hombre tenía nervios en el estómago, pero mantenía la postura firme que siempre había tenido. Entonces la puerta se abrió, una anciana de algunos setenta años, los miró con el rostro duro y malhumorado

—¿Qué quieren? No compro nada —exclamó quejumbrosa

—Buscó al señor Michael Jones.

—¡No está! —exclamó la vieja con rudeza y atinó a cerrar la puerta con fuerza, aunque Santiago intentó detenerlo

—Pero… —Santiago se quejó, pero al girar su vista miró a un hombre que al verlo se asustó y se echó a correr. Santiago al reconocerlo se abalanzó tras él, dejando atónita a Allegra quien sorprendida los siguió.

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