Alexandro Montenegro no era un hombre que se dejara afectar fácilmente. Había aprendido desde pequeño a controlar sus emociones, a pensar antes de actuar, a no dejar que nada ni nadie lo desestabilizara.
Y sin embargo…
Ahí estaba.
De pie en la puerta de la habitación de Vanessa, mirándola despertar con su perro dormido encima.
¿Cómo demonios había llegado a esto?
Él, el hombre que controlaba cada aspecto de su vida con precisión quirúrgica, ahora vivía con una mujer que revolvía todo su mundo con solo existir.
Y no solo eso.
A pesar de que se decía a sí mismo que todo estaba bajo control, que Vanessa no tenía ningún efecto en él, la noche anterior se había sentado frente a ella como un maldito modelo de pasarela, dejándola tocarlo sin oponer resistencia.
¿Desde cuándo era tan fácil de manipular?
Vanessa se removió en la cama y murmuró algo entre sueños.
Alexandro apretó los dientes.
Le gustaba verla así.
Relajada.
Con los labios entreabiertos, con su cabello alborotado y su respiració