Hannah parpadeó varias veces para contener las lágrimas al escuchar a Teo decirle que no iba a venir al día siguiente. Odiaba llorar tan fácilmente; sentir que ya no tenía control sobre sus emociones. Se obligó a recuperar la compostura antes de hablar.
—¿Por qué no? —preguntó.
—El director reprogramó las filmaciones, y mis días libres no serán hasta dentro de cinco días —respondió Teo al otro lado de la llamada; su frustración era evidente en cada una de sus palabras y en su expresión—. En serio lo lamento, cara mía. No sabes cuánto.
Hannah quería hacer una rabieta que avergonzaría a cualquier niño. Quería reclamarle por no cumplir su palabra. Pero la adulta que era se impuso, recordándole que no era culpa de Teo y que, por más que deseara lo contrario, no había nada que él pudiera hacer.
—Está bien —respondió, tragando el nudo que amenazaba con cerrarle la garganta.
—Cuando acaben las filmaciones voy a compensarte por todo el tiempo que hemos pasado separados —prometió él—. Voy a es