Teo se fue deslizando lentamente en el interior cálido y húmedo de Hannah. Se sentía demasiado bien a su alrededor, pero también era una condena. Una dulce tortura que lo hacía la razón poco a poco. Estaba usando toda su fuerza de control para no hundirse en ella de un solo golpe. Sus músculos cada vez más tensos.
Cuando por fin su miembro llegó profundo dentro de ella, los labios de Hannah se abrieron y dejaron escapar un suspiro entrecortado. Su mirada, brillante y vulnerable, chocó con la de él.
Teo soltó un gruñido. Su pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración acelerada. Se quedó quieto disfrutando de la sensación de tenerla envuelta a su alrededor, apretándolo con un agarre firme.
Entonces ella, sujetándose de sus hombros, levantó las caderas y se volvió a dejar caer.
—Maldición, cara mia —gruñó Teo y se hizo cargo—. ¿Acaso quieres volverme loco?
—¿Lo estoy logrando?
Teo sonrió. Sus dedos se clavaron con fuerza en su cintura mientras la mantenía en su lugar. Hannah hiz