Capítulo Veintiocho

Sabine dejó a Amelia en el tríplex, dejando la tarjeta de Alexander en una mesita del vestíbulo. Enseguida se despidió y abandonó el lugar.

Amelia caminó por el piso, dirigiéndose al espejo que había cerca de las escaleras que llevaban al segundo piso. El vestido que llevaba era rosa claro, todo de seda, con un corpiño estructurado y un sutil escote en pico que daba volumen a sus pequeños pechos. Seguía una estructura hasta la cintura y la falda era completamente suelta, con una larga abertura.

Llevaba el pelo más corto, un poco por encima de los hombros, como ella siempre había querido y Barth siempre le había prohibido. El maquillaje resaltaba sus grandes ojos verdes y sus labios rosas adquirían un suave tono rojo.

Estaba sencillamente despampanante, como nunca la había visto.

Distraída, Amelia apoyó la mano bajo su vientre, acariciándolo suavemente.

- ¿Amelia? ¡Ay, Dios mío! - la voz de Helena la sacó de su breve trance al entrar en la habitación-. - ¡Estás espectacular!

Amelia so
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