Pasó un mes y Amelia seguía en el mismo estado de apatía. Ya no tenía lágrimas que llorar, pero sentía que el dolor persistía dentro de su pecho, desgarrando su carne y sangrando cada vez más.
Había pocos días buenos para ella y Alexander estaba cada vez más preocupado.
Cuando no estaba en la cama, se encontraba en la biblioteca del piso, sumergida en algún libro. Y la Sra. Smith sospechaba que para finales de mes probablemente se habría leído todos los libros que había allí.
El terapeuta de Alexander venía a verle a casa durante las semanas, al igual que Peter, su fisioterapeuta.
Cada vez se implicaba más, y eran raras las veces que necesitaba el bastón.
Incluso intentó invitar a Amelia a cenar un par de veces para celebrarlo, pero ella nunca estaba dispuesta.
Aquella mañana, Amelia bajó a desayunar y se topó con Elisa Campbell, la terapeuta de Alexander.
- Buenos días, Amelia. - Elisa la saludó con una sonrisa amable.
- Buenos días, Amelia. - respondió Amelia. - Creía que la cita