3. Todo es un negocio en esta vida.

Quince días antes.

George todavía recordaba el momento en que su esposa Leticia, un par de semanas atrás, le había puesto los papeles del divorcio delante junto al café del desayuno.

Él los leyó sin mostrar la menor perturbacion en el rostro, en realidad ya lo esperaba, no era idiota como para no notar los cambio que había estado teniendo su esposa los últimos meses. No solo salía más y se arreglaba de otro modo, uno no tan recatado y bastante más provocativo aunque sin perder ese toque de clase que siempre había tenido.

Aún así, George Anderson no era un hombre celoso o que se pusiera a seguir a su esposa, al principio quiso confiar en que eran imaginaciones suyas, a los pocos meses simplemente esperaba que aquello que acababa de ocurrir, sucediera.

Tomó el último sorbo de café y levantó la vista observando a su mujer quien estaba sentada frente a él expectante.

— Está bien, el veinte por ciento de las acciones me parecen razonables y el resto de reparticiones de bienes, por lo que veo no me pides pensión.

Realmente era algo que ya esperaba, tanto Leticia como él venían de familias adineradas, así que cada uno se quedaba con sus aportaciones de bienes al patrimonio familiar y ciertamente se merecía ese veinte por ciento, había trabajado codo con codo con él, se encargó bien de las obras de beneficencia, programación de eventos y también de la crianza de Evan, así que le parecía perfecto.

— No necesito tu dinero, en realidad ya no quiero nada de ti George, mírate, te acabo de pedir el divorcio y lo tratas simplemente como un negocio más.

Una parte de ella esperaba que George se pusiera furioso y le reclamara, al menos le pidiera una explicación y tal vez hasta que quisiera retenerla, pero no hizo nada de eso, fijó su mirada en la de ella unos segundos sin responder lo que su todavía esposa acababa de decir y luego volvió a centrar la mirada en el documento firmando sin titubear.

— Todo es un negocio en esta vida — dijo él finalmente mientras le entregaba los papeles.

Tras dárselos George se levantó y salió del salón dignamente y a paso calmado, un par de lágrimas resbalaban por sus mejillas, pero Leticia jamás lo sabría, él ya estaba de espaldas y unos segundos después ya ni siquiera podía verle la espalda.

Si, ese había sido un día horrible para George por eso era incapaz de ponerse en el lugar de Marjorie quién acababa de perder a su hija mayor poco después de haber dado a luz a un bebé.

George no conocía demasiado a Marjorie pero si a su hija, aquella joven había estado dándole clases a su hijo Evan el semestre pasado, de hecho le había parecido que se llevaban muy bien hasta que de repente un día no volvió más a casa, la única explicación de Evan fue que ya no la necesitaba que había aprobado la materia con sobresaliente y que no la verían más por casa.

Fue extraño, pero los adolescentes son así, extraños y ciertamente no sería él quien le diría a su hijo que amigos escoger, siempre que estuvieran dentro del círculo que George cerraba a su alrededor.

Y aquella joven estaba en él, tal vez era una becada en la escuela y no tenía dinero pero sí un alto coeficiente intelectual que había hecho posible que una joven de recursos limitados estudiará en la escuela más importante del país, así que para él él talento y la inteligencia era mucho más importante que el dinero o el apellido.

Aunque George tenía claro que Leticia no opinaba lo mismo, a ella le parecía una joven poco aceptable para que estuviera entre las amistades de Evan y la madre era siempre víctima de los cotilleos y mofas de sus amigas, solo porque tenía unos kilos de más y un honrado aunque humilde trabajo de costurera.

Pero a George esa mujer siempre le había parecido muy atractiva a su modo, tenía un sexapel interesante con ese cabello rojo y rizado y donde los demás decían ver gordura, el solo veía curvas.

No entendía por qué las mujeres están tan obsesionadas con la delgadez, él mismo siempre había pensado que Leticia sería mucho más hermosa de lo que ya era con unos kilos más encima y estaría de mejor humor si no se sometiera cada cierto tiempo a dietas estrictas, la cuestión no tenía que ver tanto con el físico como con la felicidad, las personas felices que le transmitían mucho más era lo que realmente le gustaba ahora, el físico empezaba a estar en un segundo plano cuando se iba madurando.

Pero aquel día estaba seguro de que no vería felicidad en el rostro de esa mujer, cuando su hijo entró por la puerta pulcramente vestido con un traje negro y con los ojos hinchados y rojos de haber llorado por horas, tal vez la noche entera.

— Vamos ¿Mamá estará ya en el cementerio?— dijo Evan intentando que la voz no se le quebrara.

En ese instante George recordó que Evan era solo un niño, a veces se le olvidaba a causa de su aspecto más de joven que de niño, con 17 años ya Lucía como un hombre, uno muy joven.

George le dió un fuerte abrazo y le prestó unas gafas de sol para que nadie pudiera verlo así, odió al hombre que acompañaba a Leticia durante el entierro. ¿No podía haber esperado unos meses más para aparecer con ese tipo en sociedad?

Intentó ignorar lo sucedido, le dio el pésame a la madre de la fallecida y volvió a casa con el corazón encogido.

Evan era lo más importante del mundo para George si le faltara él solo pensaría en morirse también, suponía que así se sentía aquella mujer y tal vez solo la detenía ese pequeño bebé que cargaba muy pegado a su cuerpo.

De todas las personas que Marjorie hubiera esperado ver en el entierro, la que menos le apetecía ver era a Evan Anderson, ver al joven ahí despidiéndose de su hija le provocaba no sólo frustración y dolor sino también una ira la cual deseaba con todas sus ganas descargar en el joven.

Esos deseos estaban bien encauzados, al menos en la mente de la madre de la joven que en ese momento estaba siendo bajada por un hueco de dos metros de largo y seis metros de profundidad el cual sería su última morada.

El único motivo por el cual ella no hacía aquello que tanto deseaba era que entre sus brazos se encontraba Ian, el pequeño bebé que dormía plácidamente. Su nuevo motivo de vida y por el cual Marjorie no podría soñar con acompañar a su hija en ese nuevo viaje que emprendía lejos de ella.

Su único consuelo era que algo de su hija se quedaba con ella, porque pese a los que todos pensaban y creían, el bebe entre sus brazos no era hijo suyo, era su nieto, sin embargo ella era lo suficientemente joven como para hacerlo pasar por su hijo.

Por eso no pudo evitar apretar más al pequeño en cuanto Evan y su padre se acercaron a darle las condolencias.

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