4. No sé si deberías pedir por su ayuda.

Los días se sucedieron y él se sumía en una depresión de la que nadie era consciente, George ocultaba muy bien su estado de ánimo, pero saber que su esposa lo había dejado por otro y tenerlo frente a él lo había llenado de furia y pena a la vez, ya habían pasado casi dos semanas de aquello, pero no importaba la rabia parecía crecer en lugar de disminuir.

Y aquel era el primer día de los 15 que Evan pasaba con su madre, así lo decidieron, viviría la mitad del mes en casa de uno y la otra mitad en la casa del otro, al menos hasta terminar ese último año de instituto, porque después ya se iría a la universidad.

No tener a Evan en casa, había hecho que George se dejara llevar por todos esos sentimientos que había estado conteniendo y los ahogara en un whisky tan indecentemente caro como añejo mientras paseaba por su jardín.

Marjorie había prometido en la tumba de su hija que se encargaría de proteger a su nieto de todo aquello que pudiera dañarlo, sin embargo, se encontraba en ese momento, no solo llorando por la pérdida de su preciosa hija, sino por la notificación de desalojo que el banco había emitido en su contra.

El pequeño taller que ella había abierto para su trabajo de costuras en esos momentos se encontraba cerrado, no a causa de su duelo, sino por la policía, el servicio tributario le estaba reclamando el pago de un año de impuestos, por no declarar.

Su mejor amigo y contador de la secundaria, se había largado robándole no solo a ella, sino a un par más de personas, pero mientras se arreglaba eso, el tiempo y sobre todo el pago de las facturas no se detenía. El pequeño Ian en ese momento lloraba, necesitaba no solo pañales, los cuales ya estaban escaseando, también fórmula y no cualquier fórmula una especial, ya que era intolerante a la lactosa, además de muy pequeño para que ella tratara de economizar con alternativas,

Su único recurso era el de ir a hablar con el padre, del padre, de su nieto. Pedirle no solo ayuda para cuidar del pequeño Ian, también trabajo, por ningún motivo permitiría que los Anderson le quitaran el privilegio de cuidar y criar a su nieto.

Sobre todo, no permitiría que Evan lastimara al pequeño como lo había hecho con su hija y madre del bebé.

Así que le hablo a Jean-Paul, el único amigo que le quedaba y que se había mantenido leal a ella a pesar de todo.

—¿Podrías venir a cuidar del pequeño Ian?— le preguntó.

—Por supuesto, sabes que puedes contar conmigo, no por nada seré el padrino del pequeño Ian. ¿Pero dime qué es lo que ocurre?

—No ocurre nada, simplemente necesito salir por un par de horas.

—Está bien, estaré por tu casa en media hora.

Fueron veinte minutos los que Jean-Paul demoró en llegar a casa de Marjorie y menos de media hora para que ella le explicara qué era lo que iba a hacer.

—No sé si deberías pedir por su ayuda, pero dadas las circunstancias es la mejor opción Marjorie, pero no te dejaré ir a ver a George Anderson vestida así— le mencionó Jean-Paul a su amiga, buscando entre sus ropas.

Una hora después, Marjorie salió de su casa, no solo bien vestida, también bien arreglada. “Lista para matar” como le había dicho su amigo tras terminar de arreglarla.

Tras una hora trasbordando varios autobuses y un corto paseo por el metro, Marjorie estaba frente a la puerta de George Anderson hablando con el mayordomo indicando el motivo de su visita.

—He venido a hablar con el señor Anderson, lo que tengo que decirle es de suma importancia.

Jefferson, el mayordomo. Negó, había visto a su patrón caminar por el jardín con una botella de whisky y sabía que ese no era un buen momento para que atendiera a nadie.

— Lo siento, pero el señor Anderson no está en casa en este momento, tendrá que pedir cita — Aseguró el mayordomo sin perder la compostura ni alejarse de la puerta.

George se había perdido, debía ser un estúpido por perderse en su propio jardín, por lo que caminó y caminó y caminó hasta que ya no supo por donde seguir caminando, todo eran paredes de setos.

¡En el preciso instante en que el mayordomo intentaba cerrarle la puerta en las narices a la mujer, la voz de George llegó hasta ellos desde el jardín!

— ¡Jefferson! ¿Dónde demonios está la salida?

George se dejó caer al suelo y se llevó la botella a la boca, dándose por vencido esperando que su Mayordomo lo hubiera escuchado, aunque tal vez no y debía gritar más fuerte.

— ¡Jefferson m*****a sea! ¿Dónde estás?

— Debe marcharse — dijo el Mayordomo tensándose y saliendo para entrar por la puerta del jardín que estaba junto a la casa. La voz de su jefe había sonado muy cerca.

Por supuesto que Marjorie no se marcharía, ella caminó tras el estirado pingüino que era el mayordomo de George Anderson, buscando también entre ese jardín de setos al hombre que parecía haberse perdido en su propio jardín. Camino en dirección contraria al tal Jefferson.

“¿Quién diablos se perdía en su propio jardín?”

Un hombre lo suficientemente bebido como para eso, se dijo Marjorie a sí misma, encontrando a George sentado en medio del camino de setos que ella había elegido para gustar.

—Por dios, ¿Qué diablos te ha pasado como para ahogarte en el alcohol?— le pregunto al hombre, acercándose hasta donde se encontraba — ven, vamos te ayudaré a levantarte.

Justo en ese momento llego el mayordomo con expresión avergonzada y lanzándole una mirada molesta a Marjorie por haberse colado a la casa tras el especificarle que se fuera.

La pelirroja no le hizo ningún caso, todo lo contrario empezó a mandarlo —En vez de quedarse ahí parado, viéndome de esa manera, ayúdame a llevar a tu señor al interior de la casa.

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