Andrés la miró con ojos profundos, su mirada era impenetrable.
Por alguna razón, a pesar de pasar tanto tiempo juntos, Isabel siempre sentía una sensación de pérdida con él.
Incluso estando juntos, parecía que nunca había llegado realmente a conocerlo.
Aparte de tomarse de la mano, ni siquiera habían tenido besos.
Isabel a menudo se preguntaba si tal vez estaba siendo demasiado apresurada.
Andrés siempre la veía como una hermana.
Andrés fue a la recepción a pagar la cuenta y salió.
Esta vez no regresaron al distrito de Huatecán, sino que se fueron directo a la mansión de los García.
Isabel se sentó allí, mirando la imponente mansión.
—¿ Andrés ya nos vamos a casa?
Desde que Isabel regresó del extranjero, nunca le había gustado ni un poco ese lugar, y menos aún la mirada de Miguel hacia ella.
—¿No te gusta aquí?
—Sí, sí. Me gusta.
Pero la expresión de Isabel le pareció a Andrés como si hubiera algo difícil en ella de expresar.
—¿Algo pasa? Puedes decírmelo.
La mirada de Andrés casi la