—Si no apuñalas hoy, nunca tendrás otra oportunidad —Pedro recordó.
Mientras hablaba, poco a poco sacó la espada larga de su abdomen y se la devolvió a Julieta.
—¡Hmph! No es tu lugar decirme qué hacer. Hoy vine a rendir homenaje a mi hermano, te dejo vivir por ahora. Cuando me sienta mal, vendré a reclamar tu vida.
Después de hablar, Julieta empujó a Pedro con su hombro y caminó a grandes pasos hacia el templo del Espíritu Santo.
—¡Sr. Pedro! ¿Por qué no te esquivaste ahora? Esa chica no se controla, ¿y si te hubiera lastimado? —Rodolfo estaba algo preocupado.
—Eso se lo debo —Pedro sacudió la cabeza, con una expresión algo compleja.
Cada vez que pensaba en la terrible situación de Josué, se llenaba de arrepentimiento y culpa.
Haber recibido esta espada, al menos le aliviaba un poco el corazón.
—Sr. Pedro, deberías vendarte eso.
Rodolfo suspiró suavemente, y luego señaló a una discípula para que lo llevara a curar sus heridas.
Como Líder, Pedro era bondadoso y leal, lo cual era bueno.