—Hija, ¿cómo puedes ser tan necia? —dijo Yolanda con voz llena de preocupación—. Si te casaras con Valente, ¿no tendrías todo a tu disposición? ¿Quién se atrevería a molestarte?
—Si voy a ascender, lo haré por mis propios méritos, no quiero aferrarme a ningún personaje importante —Leticia sacudió la cabeza.
—Esta niña... —Yolanda lucía frustrada, pero impotente.
—Basta ya, basta ya, una fruta forzada no es dulce, déjalo ser —aconsejó Yvonne.
En ese momento, su corazón ya estaba lleno de alegría.
Si a Leticia no le gustaba Valente, ¿no significaba eso que su hija tenía una oportunidad?
—¡Miren! ¡Valente ha llegado! —de repente, Paula exclamó con sorpresa.
Todos miraron hacia la entrada.
Allí estaba Valente, vestido con un traje, de semblante atractivo, caminando con un grupo de personas de manera relajada.
Donde quiera que pasaba, los invitados automáticamente se hacían a un lado.
Su poderosa presencia y distinguida elegancia se convirtieron instantáneamente en el centro de atención.
—V