Punto de vista de Serena
Por dios.
Eso fue lo primero que pensé cuando Bill abrió la puerta, parado ahí como si fuera un dios griego tallado en mármol. Estaba sin camisa, con el sudor brillando en sus abdominales, esos hombros anchos tensos, y un pecho que parecía sacado de una película de acción.
Y ese brillo de sudor… Solo hacía que cada músculo de su torso se viera más definido, como si acabara de salir de una pelea.
Parpadeé, mi mente buscando desesperadamente algo que decir, sin saber qué decir para no parecer que lo estaba mirando demasiado, aunque claro que lo estaba haciendo.
—Eh... pasa —dijo Bill, haciéndose a un lado, tan casual como si no se diera cuenta del efecto que me causaba. O quizá sí lo sabía.
—S…Sí, claro... —tartamudeé, entrando mientras miraba a cualquier lado menos a él. El gimnasio era más grande de lo que esperaba. Había un ring de boxeo a un lado, equipo de entrenamiento, pesas y colchonetas en el suelo. Olía a cuero y sudor, pero de un modo extrañamente rec