Las palabras del niño retumbaron con su propio eco dentro del pecho de Audrey, haciendo que se estremeciera de una forma casi antinatural:
— ¿Vas a irte y me vas a dejar solito? ¿Cómo ella me dejó cuando se fue al cielo?
La rubia se abrazó a sí misma, sintiendo temor y dolor al mismo tiempo, como si su corazón estuviera a punto de saltar sobre Oliver para abrazarlo. No pudo controlar las lágrimas y se dejó caer de rodillas delante del pequeño.
— Oli… — dejó salir su nombre con voz trémula.
El niño corrió hacia ella, abriendo los bracitos y apretándola con todas sus fuerzas, con miedo a perderla, a perder a su nueva mamá, como había perdido a Rachel.
— ¡No me dejes, mami Audrey, no me dejes! — Sollozó con la vocecita quebrada.
Los brazos de Audrey lo rodearon tiernamente con un amor e instinto de madre que no era propio de ella, pero que ahora parecía comenzar a entender de dónde surgía cada vez que Oliver estaba cerca.
— ¡Oli, cariño! — exclamó con el rostro lleno de lágrimas mientra