Camila "¿Por qué dejó las cosas para último minuto?"Suspiré y dejé caer una mano en mi rostro, frustrada. Todavía estaba parada frente al armario, revisando entre mi ropa deseando que de pronto el vestido perfecto fuera a aparecer mágicamente frente a mí. La verdad no tenía ni idea de qué ponerme para la fiesta. Nada me parecía lo suficientemente elegante, y lo poco que lo era no me convencía.El timbre de casa sonó y di un pequeño respingo, desconcentrádome de mi tarea.—¡Voy! —grité, saliendo de la habitación solo en ropa interior.Corrí pensando que era la niñera. Pero cuando abrí la puerta, me encontré con una figura conocida y una sonrisa que nunca fallaba en alegrarme el día.—¡Romina! —exclamé, sorprendida.Mi mejor amiga venía con dos bolsas de vestidos colgando de su brazo. Me miró de arriba abajo, enarcando una ceja. —Hola, querida, —dijo, haciéndome a un lado para entrar—. Por suerte llegué a tiempo.—¿Tiempo para qué? —pregunté, cerrando la puerta mientras la seguía e
SocorroNo podía creerlo. Estaba en esta maldita fiesta usando el mismo vestido del año pasado. Cada vez que alguien pasaba cerca de mí, sentía que sus ojos se fijaban en mí más de la cuenta. “Ah, pobre Socorro,” La hermana del CEO, seguro pensarán, “no tiene ni para un vestido nuevo, sigue usando esos arapos viejos."Suspiré, ajustando el vestido que me apretaba un poco más de lo que recordaba del año pasado. Había intentado darle un aire nuevo con un collar llamativo, pero sabía que no engañaba a nadie. Era obvio que me estaban mirando. Malditas arpías. Si tuviera mis tarjetas, habría llegado con algo espectacular, algo digno de mí. Pero no. Aquí estaba, vestida como una extra cualquiera, sintiéndome como una tonta en un mar de gente que ni siquiera merecía estar en esta fiesta.Mi humor, que ya estaba por las nubes, se elevó aún más cuando la vi.Camila Navarro. Alias la putita de turno de mi hermano..Entró al salón como si fuera una maldita reina, con ese vestido rojo que reco
Felipe Estábamos con Joaquín detrás del escenario. Escuchábamos el murmullo de la fiesta, cosa que no hacía más que aumentar la ansiedad de mi amigo. Se pasó los últimos cinco minutos ajustándose la corbata.—¿Estás nervioso o solo estás intentando ahorcarte? —bromeé, apoyándome en la pared.Me lanzó una mirada fulminante sin dejar de toquetear su ropa.—No, no estoy nervioso, —dijo, aunque el movimiento inquieto de sus manos traicionaba sus palabras—. Estoy… enfocado.—Claro, enfocado, —repetí con sarcasmo, pero mi sonrisa desapareció cuando vi su expresión. Estaba serio, decidido. Más de lo que lo había visto en muchos años.Lo miré sintiendo que este era uno de esos raros momentos donde Joaquín bajaba la guardia. Donde dejaba de lado al CEO controlador y dejaba ver al hombre detrás del título.—¿Estás seguro de esto? —le pregunté, dejando de lado mi tono burlón.Joaquín me miró a los ojos.—Sí, Felipe. Es hora de decir la verdad.—¿Toda la verdad? —insistí, arqueando una ceja.Él
Joaquín Miré mi reloj por enésima vez. Felipe no había vuelto, ya era hora de que subiera al escenario. Ese idiota de seguro estaba coqueteando con alguna y había perdido la noción del tiempo. Suspiré, acomodándome la chaqueta y ajustando la corbata.No era solo el discurso lo que me ponía nervioso. Lo había hecho miles de veces ya. Era todo lo que debía decir... Mi verdadera identidad, lo que había aprendido de esta experiencia, y mi relación con mi reina... Aunque, después de lo primero... No sé si aceptaría mi propuesta.Subí los escalones al escenario, tratando de mantener el control de mis manos. El murmullo se detuvo cuando todos notaron mi presencia allí arriba. Frente a mí había un atril de madera, con un micrófono colocado en el centro.Respiré hondo y me paré firme, apoyando las manos en los bordes para estabilizarme.—Buenas noches.Las conversaciones cesaran por completo y todos los ojos se fijaron en mí.—Tal vez se pregunten qué hago aquí arriba —comencé, dejando q
Joaquín Me pasé una mano por la cara, tratando de calmarme. Aunque era completamente inútil.Felipe estaba a mi derecha, parado contra una pared. Camila a mi izquierda, con la mirada perdida en el suelo.—Voy a comprar café, —dijo Felipe, rompiendo el silencio —. ¿Tres?—Sí, —respondí en piloto automático, aunque el café era lo último que quería.Camila solo asintió, y mi amigo desapareció por el pasillo.El silencio entre nosotros se alargó. Y aunque sentía su calor a mi lado, no sabía cómo romper la distancia que había crecido entre nosotros desde el desastre en la fiesta. Pero, tenía que hacerlo, no quería que pensara cualquier cosa de mí.—No sé qué está pasando, —murmuré.Ella levantó la mirada, pero no dijo nada.—Ese bebé no es mío, mi amor, te lo juro, —continué, mi voz quebrándose. Sentí algo dentro de mí romperse, y empecé a llorar.Ella no dijo nada, me abrazó con fuerza. Su mano acariciando mi cabello mientras apoyaba mi cabeza en su hombro.—Estoy tan perdido, mi rein
Socorro Avancé por los pasillos tratando de no mirar mucho a los pacientes que estaban en las habitaciones con las puertas abiertas. Todo en este lugar era deprimente; la gentuza enferma, el olor a decadencia, a mediocridad. Sí, porque aquí solo hay vidas a medias...Llegué a la habitación de mi madre y me detuve frente a la puerta, respirando hondo. Con calma, saqué mi espejo del bolso y eché un par de gotas en mis ojos hasta que lucieron llorosos e irritados.Luego, tomé un pañuelo y me lo pasé por la nariz con cuidado, ensayando mi papel una última vez.Ahora sí, estaba lista. Con la expresión perfecta que todos esperaban: una hija triste y preocupada por su madre.Todo tenía que parecer genuino. La hija perfecta.Luego empujé la puerta y entré.Ahí estaba ella, recostada en la cama como una gran actriz en su escena final. Tenía el cabello perfectamente peinado, sus lentes en la mesita de noche, y un vaso de agua colocado junto a un ramo de flores que de seguro mi hermanito le h
Ramiro La figura de Camila destacaba en medio del salón, con ese vestido rojo que hacía que todo lo demás pareciera insignificante. Y sin embargo, sabía que ella no estaba aquí para mí.—¿Sigues mirándola como un perro hambriento? —me preguntó Socorro, su voz un murmullo cargado de veneno.—¿Qué te importa? —respondí, con brusquedad. "Ella no es una mujer, es una víbora venenosa de la que hay que cuidarse. Siempre mirando por encima del hombro y llena de envidia."Socorro sonrió, pero había algo perturbador en esa sonrisa.—Quiero darte una oportunidad —dijo, con un tono suave que no coincidía con la dureza que era ella—. Una oportunidad para que esa puta sea tuya.Un nudo se formó en mi estómago, apretando con fuerza, como si mi cuerpo supiera que nada bueno saldría de esa propuesta.—¿Qué estás diciendo? —pregunté, aunque tenía una idea bastante clara de hacia dónde iba esto.—Lo que escuchaste, —respondió, sacando algo de su bolso. Era un pequeño paño blanco y una botella diminu
Ramiro —¡No puedo! —susurré, apretando los ojos con fuerza mientras las lágrimas comenzaban a deslizarse, haciendo que mi ya borrosa visión empeorara aún más.Un ruido en el pasillo hizo que mi cuerpo entero se tensara. Alguien venía.—¡Diosito, no! —jadeé, mirando desesperadamente a mi alrededor.Sin pensar, me arrodillé y me deslicé debajo de la cama, apenas cabiendo. Los pasos se detuvieron justo en la puerta. Mi respiración era tan rápida que por un momento temí que me descubrirían… o me daría un infarto, quedando como un pollo apestado bajo la cama.—Diosito, sálvame de esta, —susurré en voz baja, juntando mis manos para suplicar—. Prometo ir a misa todos los domingos, ser un buen hijo, ¡hasta prometo dejar a Camila tranquila!El sudor corría por mi frente, y entonces sentí algo cálido humedecer mis pantalones.—No, no, no… —murmuré, horrorizado. Me había orinado encima.Escuché el sonido de la puerta al abrirse. Apenas moví un poco la cabeza para ver las piernas de dos enfe