Camila
Estábamos en mi casa, Joaquín y yo, sentados en el sofá, hablando de algo que ya no recordaba bien.
Pero eso no importaba.
Todo se sentía tan natural, tan cómodo.
Él me hacía reír, con esa sonrisa que parecía desarmar cualquier barrera que hubiera levantado. La tensión de los últimos días se había desvanecido por completo, y ahora solo quedábamos él y yo, sin miedos.
Cada vez que lo miraba, sentía algo extraño en el estómago, un nudo que se deshacía y se volvía a formar cuando sus ojos se quedaban en los míos por un segundo más de lo necesario.
No recuerdo en qué momento exacto nuestras sonrisas se apagaron. El ambiente cambió, se volvió más denso, pero no de una manera incómoda, sino de una forma que hacía que mi corazón comenzara a latir más rápido.
Joaquín estaba más cerca ahora, apenas unos centímetros entre nosotros. Sus ojos no se apartaban de los míos, y mi respiración se hizo más lenta. Mis manos temblaban sobre mi regazo, pero no me aparté.
No quería apartarme. Algo de