El mundo de Emma parecía girar en cámara lenta. Su madre. Su hermano. Vivos.
El peso de aquella revelación le presionaba el pecho como si su corazón estuviera atrapado entre el pasado y el presente. Había crecido creyendo que su familia había sido masacrada por Sebastián, que su linaje había sido arrancado de raíz aquella fatídica noche en la que su mundo se había oscurecido para siempre. Pero ahora, frente a ella, estaban dos fragmentos de su historia que había dado por perdidos.
—¿Cómo es posible? —su voz apenas era un susurro ahogado.
Sus piernas flaquearon y Diego la sostuvo de inmediato, su toque cálido y protector la ancló a la realidad.
Liana, su madre, dio un paso al frente con los ojos inundados de lágrimas. Tenía la misma mirada intensa que Emma recordaba en destellos borrosos de su infancia, la misma calidez en su esencia. Sus brazos temblaban cuando finalmente la envolvió en un abrazo largo, desesperado, un abrazo de madre que nunca debió haberse roto.
—Mi niña... —susurró con voz quebrada—. He soñado con este momento durante tantos años...
Emma cerró los ojos y se permitió sentir la calidez de su madre. Era real. No era un espejismo. No era un sueño. Su madre estaba viva.
Un nudo se formó en su garganta y la fuerza que había mantenido durante la batalla comenzó a resquebrajarse.
—Pero yo los vi morir —murmuró, apartándose lentamente, con el corazón en un puño—. Recuerdo el fuego... el humo... el rugido de Sebastián… Recuerdo a mi padre luchando hasta el final...
Miró a su hermano, de pie junto a su madre. Era más alto de lo que recordaba, con la misma fuerza en sus ojos que su padre. Se notaba el peso de la responsabilidad en su postura, la carga de un destino que hasta ahora había permanecido oculto.
—Sí... morimos esa noche. —La voz de su hermano era profunda, solemne—. Pero los ancianos nos trajeron de vuelta.
Emma frunció el ceño y miró a su madre, buscando respuestas.
Ana, su tía, fue quien habló. Su voz era suave, pero cargada de emociones contenidas.
—Cuando todo estaba perdido, los ancianos de la manada tomaron una decisión desesperada —explicó—. No podían salvar a todos, pero sí preservar nuestra última esperanza.
Emma sintió un escalofrío recorrer su piel. Sabía de la existencia de la magia ancestral, de los ritos antiguos que solo los miembros más sabios de la manada conocían. Pero nunca había escuchado sobre un sacrificio de tal magnitud.
—¿Qué hicieron exactamente? —preguntó con un hilo de voz.
Su madre tomó sus manos entre las suyas y le explicó con dulzura:
—Dieron su vida por nosotros, Emma. Cada uno de ellos entregó su esencia, su energía vital, para revivirnos. Pero no solo nos trajeron de vuelta… nos ocultaron en un lugar sagrado, un refugio donde nadie pudiera encontrarnos hasta que llegara el momento de la profecía.
Emma sintió que su respiración se detenía por un instante.
Los ancianos de su manada… los mismos que la habían visto nacer, que la habían bendecido con su sabiduría… habían muerto para salvar a su madre y a su hermano.
—Ellos sabían que Sebastián no se detendría hasta asegurarse de que ningún Alfa con derecho al trono quedara con vida —continuó su hermano—. Sabían que tú eras la clave… pero que también corríamos peligro. Nos ocultaron para preservar el linaje hasta que fueras lo suficientemente fuerte para reclamarlo.
La mente de Emma se nubló. Era demasiada información de golpe.
Ana se acercó y le tomó la mano con suavidad. Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.
—Por eso te oculté —susurró con dolor—. No fue solo por protegerte de la guerra… sino porque creí que eras lo único que me quedaba. No podía perderte también.
Emma sintió su corazón encogerse. Su tía había cargado con el peso de la soledad, con la pérdida de su familia, con la culpa y el miedo de que algún día Sebastián la encontrara y la arrebatara de su lado. Por eso la había llevado lejos, por eso la había convencido de que no pertenecía a ese mundo. No había sido por debilidad… había sido por amor.
—No quería que tuvieras que cargar con este destino —continuó Ana—. Quería que fueras libre, que no tuvieras que vivir con el miedo de que te arrebataran todo, como me lo arrebataron a mí.
Emma sintió un torbellino de emociones en su interior. Quería llorar, quería gritar, quería abrazar a su tía y a su madre al mismo tiempo. Todo este tiempo había creído que estaba sola, pero la verdad era que nunca lo había estado. Su familia la había protegido desde las sombras, sacrificando todo para asegurarse de que ella tuviera una oportunidad.
—Yo… no sé qué decir —susurró finalmente.
Su madre le acarició la mejilla con ternura.
—No tienes que decir nada, mi amor. Solo quiero que sepas que nunca dejamos de amarte… y que nunca dejaremos de luchar por ti.
Emma miró a su madre, a su hermano, a su tía. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que la historia no era solo una sucesión de tragedias. Era también un relato de amor, de sacrificio, de renacimiento.
Y ahora, con su familia reunida, con la verdad revelada, estaba lista para lo que viniera.
El Destino de la Manada
Esa noche, mientras el cielo oscuro se iluminaba con la luna llena, Emma sintió algo diferente en su interior. Algo poderoso. Algo que siempre había estado ahí, pero que ahora despertaba con más intensidad.
Cerró los ojos y sintió la energía de la tierra, el susurro del viento, la fuerza de la luna acariciando su piel. Su poder latía en su interior, vibrante, ardiente.
Era tiempo de restaurar su legado. Tiempo de recuperar la manada que Sebastián casi destruyó.
Tiempo de renacer
El silencio que envolvía el claro del bosque se rompió con el sonido del viento, que soplaba como un susurro ancestral. Emma aún sentía su corazón latir con fuerza. La revelación de que su madre y su hermano Nathan estaban vivos sacudía cada fibra de su ser. Su mente trataba de ensamblar los fragmentos de un pasado que le había sido arrebatado. Su tía Ana, con la mirada empañada por la emoción, se acercó lentamente. Su voz era suave, pero cargada de verdad. —Emma… sé que esto es abrumador, pero hay mucho que necesitas saber. Emma tragó saliva y asintió. Su mirada se dirigió a Nathan, quien mantenía la cabeza alta, con una postura firme y la esencia de un verdadero guerrero. Su madre, a su lado, tenía lágrimas en los ojos, pero su expresión reflejaba una fortaleza inquebrantable. —¿Cómo es posible? —susurró Emma—. Yo… los vi morir. Ana suspiró y miró al cielo, como si buscara fuerzas para contar aquella historia que tanto había guardado. —Sí, murieron… pero no para siempre.
El viento soplaba con un aroma distinto sobre las tierras de los Blancos. Ya no olía a muerte ni a cenizas, sino a renacimiento. La batalla había terminado, pero la verdadera lucha apenas comenzaba: reconstruir lo que Sebastián destruyó.Emma, de pie en lo alto de una colina, observaba el movimiento de su manada. Lobos en su forma humana y animal trabajaban juntos, levantando estructuras, reparando viviendas y reforzando las defensas del territorio. Los antiguos caminos, una vez cubiertos por la maleza, volvían a abrirse con cada piedra removida.El renacer de la manadaNathan caminaba a su lado, supervisando la asignación de tareas. Su hermano, quien había sido apartado de ella por la tragedia, ahora era su apoyo inquebrantable.—Esto es más grande de lo que imaginé —comentó Emma, viendo a un grupo de jóvenes aprendiendo técnicas de combate de los guerreros más experimentados.—Sí, pero es necesario —respondió Nathan. —No solo debemos reconstruir nuestra aldea, también debemos asegura
La noche había caído sobre la manada de los Blancos, trayendo consigo el aroma fresco de la tierra húmeda y el susurro del viento entre los árboles. Dentro de la cabaña, el ambiente era distinto. Más cálido. Más íntimo. Más primitivo. Emma y Diego se encontraban en la cama, sus cuerpos aún entrelazados, sus respiraciones agitadas después de haberse amado con una necesidad feroz. Pero Emma no estaba satisfecha. No podía estarlo.Su piel hormigueaba con la necesidad de más. Sus sentidos estaban amplificados por el embarazo, su deseo por Diego aumentaba con cada roce, con cada beso que él dejaba en su piel. —No tienes idea de lo que me provocas —murmuró Diego contra su cuello, deslizando los labios por su clavícula mientras sus manos se aferraban a sus caderas. Emma se arqueó bajo su toque, jadeando cuando sus dedos recorrieron su cuerpo con la precisión de alguien que la conocía a la perfección. —Entonces demuéstramelo —susurró, desafiándolo. Los ojos de Diego brillaron con un
Pasaron semanas desde que la batalla terminó, y el mundo de Emma se volvió más cálido, más íntimo, más lleno de él. Diego. Su pareja. Su alfa. Su todo. La reconstrucción de la manada seguía, sí… pero dentro de la cabaña que compartían, no había guerras, ni estrategias, ni deberes. Solo sus cuerpos, sus gemidos, y la danza ardiente de un deseo que no conocía descanso. Durante días, Emma apenas salía. El calor de su embarazo y la energía sobrenatural que ahora fluía en su cuerpo hacían que su deseo por Diego se intensificara, al punto de volverse insaciable. Lo deseaba constantemente, y él no se negaba. Lo hacía suyo una y otra vez. Ella le pedía más, le rogaba con los ojos, con la boca, con el cuerpo, y él respondía con pasión salvaje y entrega absoluta. —No tienes idea de lo que me haces sentir —le murmuraba Diego mientras la acariciaba con fuerza, recorriendo con las manos cada curva de su piel, cada estremecimiento que le arrancaba el placer. Emma arqueaba la espalda, ja
La manada de los Blancos se había convertido en un lugar de calma, luz y esperanza. Pero para Emma y Diego, los días se habían teñido de un color aún más intenso: el del deseo imparable y el amor feroz. Desde que Emma había comenzado a mostrar su embarazo, el vínculo con Diego se volvió más profundo, más carnal, más urgente. Ella no solo sentía la vida creciendo en su interior, sino también el fuego constante de sus hormonas desbordadas, ese anhelo ardiente que solo Diego podía calmar… o avivar aún más. Pasaban días enteros encerrados en su cabaña. Nadie se atrevía a molestarlos. Todos sabían —y escuchaban— los gemidos apagados, los golpes rítmicos del cuerpo de Diego sobre Emma, sus risas, sus juegos, su locura compartida. Diego la adoraba con un hambre que no se apagaba. La recorría con las manos, la boca, el alma. La tomaba una y otra vez hasta dejarla temblando, exhausta, con el cuerpo marcando su amor en cada centímetro.—Dioses, Emma… no me canso de ti —susurraba contra su
El tiempo parecía flotar en un remanso de amor y paz. La manada de los Blancos resplandecía con fuerza, restaurada y unida, pero era dentro de la cabaña de Emma y Diego donde ardía la llama más intensa: la del amor, la familia… y la vida por venir.El embarazo de Emma transcurría con plenitud. Su vientre crecía, redondeado y hermoso, y Diego no podía quitarle los ojos de encima. La acariciaba como si tocara algo sagrado, le hablaba al bebé como si ya lo conociera, y se dormía cada noche con la cabeza apoyada sobre su pancita, escuchando los latidos de esa nueva alma que llegaría pronto.Pero una madrugada tranquila, todo cambió.Una contracción fuerte y repentina despertó a Emma. —Diego… amor… —jadeó—. Ya vienen. Él se incorporó tan rápido que tropezó con su propio pie. —¿¡QUÉ!? ¡¿AHORA?! ¡¿HOY?! Emma asintió, respirando entre risas y dolor. —Sí, amor. Respira conmigo. No entres en modo lobo salvaje.Diego corría por toda la cabaña, gritando cosas incoherentes: “¡Agua! ¡Toall
El sonido de la lluvia repiqueteaba contra los ventanales de la moderna oficina de Emma Baker. Sentada detrás de su escritorio, revisaba los últimos contratos de su agencia de publicidad. La luz de su computadora iluminaba su rostro de rasgos delicados, sus ojos lila resplandecientes con una intensidad única. A pesar de su éxito profesional, sintió un vacío inexplicable, una sensación de que algo le faltaba. Su vida había dado un giro inesperado hacía unos meses. Después de la traición de Derek, su expareja, había decidido centrarse en su carrera y en su mayor sueño: ser madre. No necesitaba un hombre para lograrlo, y por eso había optado por la fertilización in vitro. Ahora, su vientre albergaba una nueva vida, una decisión que había tomado con plena convicción, sin saber que aquel embarazo cambiaría su mundo de maneras que jamás imaginó.Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. —Emma, tienes una llamada importante —dijo Sofía, su mejor amiga y asistente. Emma sospechó
Emma caminaba por las calles de la ciudad con la mente revuelta. La revelación del doctor la había dejado helada. Su embarazo no era un error médico cualquiera. Alguien había cambiado la muestra de esperma intencionalmente. ¿Pero quién y por qué? Las luces de los autos iluminaban su rostro pálido. La sensación de que su vida estaba a punto de desmoronarse se apoderó de ella. Nunca había creído en el destino, pero esto... parecía esto obra de algo mucho más grande. Apretó los documentos que llevaba en la mano. Los resultados mostraron que el ADN de su hijo pertenecía a un hombre con un linaje genético excepcional. Pero no había nombres, solo códigos. —Tengo que descubrir la verdad —susurró para sí misma. Las preguntas la devoraban por dentro. Si alguien había cambiado la muestra, eso significaba que estaban observándola. Que su embarazo no había sido producto del azar, sino de una elección meticulosa. Y eso la asustaba. En el b