«El amor de una madre: la fuerza más pura y poderosa que sostiene el mundo en un abrazo inquebrantable.»
JOAQUÍN
Acabo de dejar a Mía en su casa. Cuando me desperté, ella estaba profundamente dormida con el ceño fruncido por un mal sueño, tal vez. Aun así, se veía linda, como siempre. Su prótesis estaba apoyada en el nochero. Nunca la había visto fuera de su cuerpo. Agarré mi cámara y les hice varias fotos a ella y a su prótesis. La ocasión lo ameritaba.
Velé su sueño. La verdad, no pude pegar el ojo. Pensaba que en cualquier momento se iba a levantar y se iría o que le daría otro ataque de pánico. Casi me muero cuando la vi pálida, con la cara llena de lágrimas y sudor. ¡Dios, qué susto! Si lo hubiera sabido, ni loco la hubiera obligado a quitarse la prótesis.
Nunca he cuidado de nadie que no sea de mí mismo. Es más, ni siquiera yo me cuido, pero con ella es distinto: sí que quiero cuidarla, protegerla y apoyarla. No hablamos mucho, las palabras sobraron. Cuando se levantó, ya estaba