UNA LUNA PARA EL ALFA
UNA LUNA PARA EL ALFA
Por: Liseth Torrealba
CAPÍTULO 1

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— Anne, ¿quieres escuchar una historia?

Cuando el mundo era joven y las manadas estaban aún en su estado más primitivo, un lobo solitario se dedicaba a cantar a la Diosa Luna de forma apasionada. El lobo, cuyo pelaje resplandecía bajo la luz plateada de la luna, cantaba con pasión y devoción que resonaban en los rincones más profundos de la noche. Sus aullidos eran una oda a la belleza y el misterio de la noche, una expresión de amor y admiración por la Diosa que iluminaba el firmamento nocturno.

Noche tras noche, el solitario lobo alzaba su voz hacia el cielo estrellado, y su canto se volvía más conmovedor con cada luna llena que pasaba. La Diosa Luna, que observaba el mundo desde lo alto del firmamento, se sintió profundamente conmovida por la devoción de este lobo. Se preguntaba por qué aquel lobo, una solitaria criatura de la noche, le dedicaba tales elogios y admiración.

Un día, la Diosa Luna decidió descender a la tierra para encontrarse con el lobo solitario. Descendió en forma de una mujer hermosa, con cabellos plateados que brillaban como la luna misma. Se acercó al lobo, cuyos ojos reflejaban la misma luz plateada que la de ella. El lobo, al ver a esta misteriosa mujer, se sintió aún más cautivado por su belleza y nobleza.

En esa noche única, la Diosa Luna le habló al lobo solitario: "Tu devoción y canto me han conmovido profundamente. Nunca antes criatura alguna sobre la tierra había demostrado adorarme de esta manera. Como muestra de mi gratitud, te concedo un don especial".

La Diosa Luna extendió sus manos hacia el lobo, y en ese momento, el lobo sintió una extraña transformación. Su cuerpo se estiró y cambió, adoptando una forma distinta. Se convirtió en un hombre con cabellos negros como la noche y ojos ámbar que brillaban como la luna llena. El lobo se había convertido en un ser humano, pero aún en su interior habitaba aquel ser salvaje que seguía mostrando su profundo amor por la noche y la Diosa.

Y cuando las primeras palabras intentaron salir de su boca, el suave toque de la Diosa sobre sus labios se lo impidió. En su interior, su propio deseo era que, así como hasta ahora, solo ella pudiera entender los deseos más profundos del lobo, sin que nadie más pudiera escucharlos.

— Entonces ¿ el lobo nunca habló? — pregunta la pequela de cuatro años mientras se acomoda en su cama viendo fijamente a su madre.

— Si lo hizo, aprendió a hablar como los humanos, pero guardo su forma más personal de expresar su amor a la Diosa en un idioma que solo ella pudiera entender.

***

— Estamos perdidas — es la queja de su hermana por millonésima vez — te dije que no era una buena idea regresar solas; debimos esperar a los demás.

— Y yo te dije que podías quedarte y esperarlos — responde con cansancio — nunca te dije que volvieras conmigo. Es más, fuiste tú quien se negó a que Wen viniese con nosotras.

— Claro, y cuando lleguemos a casa tú vas a explicar por qué Wen está con nosotras. — es la réplica de su hermana.

— Ya deberías decirle a Papá que son novios — comenta con tono casual — es absurdo que sigan escondiéndose, no siempre podré usarme de coartada para salir… — sus palabras son silenciadas por el aullido cercano de un lobo. Sin perder un segundo, gira su mirada hacia su hermana y nota cómo el rostro de esta pierde la tranquilidad y adopta una expresión de miedo. — ¡hey! – le llama tomando su mano — vamos, estaremos bien. — dice en un intento de calmarla mientras comienza a caminar a paso más rápido, esto sin soltar la mano de la menor. — Si nos damos prisa, llegaremos pronto.

Los aullidos llenaron de nuevo el bosque, por lo que no pudo, sino afianzar aún más su agarre en la mano de su hermana y casi sin darse cuenta, ambas comenzaron a correr. Anne podía jurar que escuchaba las pisadas presurosas del lobo detrás de ellas, pero al volver su rostro, no pudo ver nada. Apenas si habían avanzado unos cien metros cuando el peso de sus pasos se volvió cada vez mayor; los nervios y la fatiga de la carrera no eran buenos para su corazón.

— Anne. — es el bajo llamado de su hermana.

Al voltear, pudo ver a Aisling, su respiración acelerada y su rostro pálido le hicieron saber que la menor no estaba bien.

— Aisling, Aisling mírame — deteniendo sus pasos, toma a su hermana por los hombros. Los aullidos estaban cada vez más cerca.

— Ya no puedo. — es la respuesta entrecortada de la menor.

— Sé que tienes miedo, pero no podemos quedarnos, tenemos que irnos. — Aun cuando su propio miedo está a flor de piel, necesita calmar a su hermana. — Debes intentarlo.

— No puedo — es la respuesta que recibe; el tono entrecortado de Aisling deja claro que el miedo le está ganando.

— Vete — dice sin vacilar — puedes salvarte.

— No te voy a dejar — es la respuesta de Aisling; sus ojos dejan ver las lágrimas que comienzan a asomar ante la idea de dejar a su hermana.

— Estaré bien — enfatiza soltando su agarre en la mano de su hermana. — Vete — al ver que esta no hace ningún movimiento, calma su respiración un poco al tiempo que su mirada se torna seria.

— ¡Ahora!

La vacilación de Aisling es notoria, pero ambas saben que es absurdo que las dos se queden allí. Puede que aquello solo sea paranoia de ambas y que estén armando un drama sin justificación, pero si es cierto el sentimiento de ser perseguidas, no tiene sentido que se queden juntas, no si hay la posibilidad de que una de ellas se salve del ataque del lobo. Cuando la figura de Aisling se perdió en la espesura del bosque, Annette reunió todas sus fuerzas para ponerse de pie

y alejarse de allí; en esos momentos, intentar respirar era tan complicado que se sentía como si sus pulmones quemaran. Los aullidos se escucharon más cerca, ajustando mejor la capa roja que la cubre, comenzó a alejarse de la dirección de dónde sintió que venían aquellos sonidos, pero cada paso se sentía como si sus pies fueran de plomo; aun así, una fracción de segundo, todo se sintió tan diferente.

“Mía.”

Podría jurar que aquella simple palabra resonó dentro de su cabeza, pero esa idea era algo tan absurdo que no entendía cómo pudo siquiera pensar en ello. A lo lejos, sus oídos captaron el rumor que producía el agua al correr, ¡era el río! El sonido del agua la hizo sentir aliviada. Su padre solía decirle tanto a ella como a Aisling que, si alguna vez se perdían en el bosque, debían buscar siempre el río; seguir su cauce las llevaría a un lugar seguro. Además, si eran perseguidas por algún depredador, el agua podía cubrir su aroma, y en ese momento es lo que necesitaba.

— Por favor… — murmuró por lo bajo. Su corazón estaba cada vez más oprimido, y sus pulmones ya no podían procesar correctamente el aire que recibían. Pero sus esperanzas se renovaron al ver una formación entre las piedras en la orilla contraria del río; razón por la cual hizo un esfuerzo por ir más rápido al tiempo que imploraba que ese espacio fuera suficiente para ocultarla.

“No huyas.”

Puede escuchar de nuevo esa voz en su cabeza, siendo secundada por un nuevo y solitario aullido, solo que este estaba más cerca, casi como si el lobo que lo emitía estuviera a sus espaldas. Por un momento se sintió tentada de volver su mirada y comprobar que no fuese así, pero al mismo tiempo, su instinto de supervivencia le advirtió lo estúpido que sería detenerse, justo ahora que está tan cerca de tener una oportunidad para poder vivir otro día.

“Ven a mí.”

La tela de la capa y el vestido se volvieron pesadas al contacto con el agua, pero agradeció que el paso no fuera profundo y que el agua apenas si alcanzara a llegar hasta la mitad de sus pantorrillas; de haber sido más profundo, era un hecho que el peso de sus ropas le hubiera impedido cruzar o tan siquiera intentar nadar. Cuando alcanzó la formación de rocas, descubrió que el espacio era el suficiente como para permitirle esconderse; acurrucando su cuerpo lo más que pudo contra las piedras, recogió sus ropas en un intento de no dejar ningún indicio del lugar donde se ocultaba, pero de alguna forma, lograba ver lo que ocurría fuera de su improvisado escondite.

“Mi Luna.”

El miedo la estaba volviendo loca, o eso era lo único que lograba pensar al volver a escuchar esa gruesa voz resonar en su cabeza. El sonido de ramas siendo pisadas la llevó a fijar su mirada fuera de aquel espacio; el aire en sus pulmones falló una vez más y el escaso oxígeno que lograba entrar los quemaba. Había estado de cacería con su padre en algunas ocasiones, pero esta era la primera vez que veía un lobo como aquel; incluso podía jurar que aquel lobo debía superar con facilidad los dos metros, su pelaje negro contrastaba con aquellos ojos grises, ojos que podría jurar estaban fijos en los suyos.

Cuando Aisling logró salir de la espesura del bosque, se topó con un grupo de cazadores que regresaban de la fiesta; sin dudar ni un momento, se acercó a ellos para pedir ayuda. Si había una oportunidad de ayudar a Anne, no importa cuán pequeña fuera, debía tomarla sin perder ni un solo segundo.

Anne podía sentir como si su corazón palpitara dentro de su boca; el lobo no se había movido ni un poco desde que se dejó ver en la otra ribera del río. No sabía cuánto tiempo había pasado, lo que sí sabía era que, en ese punto, sus lágrimas ya corrían libremente bañando su rostro.

“Déjame verte, mi luna.”

Sus manos apretaron su cabeza, como si eso pudiera evitar que volviera a escuchar aquella voz. Cerró sus ojos con fuerza en un intento de reforzar aquella idea, pero luego, un escalofrío recorrió su columna y disparó las alarmas de su cuerpo. Abriendo sus ojos, notó que aquel lobo ya no estaba en la ribera, pero eso no la calmó; por el contrario, al no saber en qué parte exacta se encontraba aquel animal, no hizo sino aumentar su preocupación y miedo.

“Déjame acercarme a ti, no debes temerme… Sal de allí.”

Pequeños puntos de colores se dibujaron ante ella, respirar en ese punto se tornó imposible; sus manos sudorosas se sentían frías, los sonidos en el entorno se fueron apagando hasta que todo se volvió silencio y oscuridad.

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