Capítulo 6: Su salvador

KATIA VEGA

No tuve que decidir si quedarme o no en la casa de mis padres, ellos decidieron por mí, echando mi maleta a la calle. Quise maldecirlos, ellos me condenaron a tres años de dolor y sufrimiento y ahora ¿yo era la culpable?, pero estaba demasiado cansada para hacerme de palabras con ellos, así que tomé mi maleta y comencé a caminar en busca de un lugar donde poder pasar la noche. No tenía mucho dinero en mis bolsillos, solo el suficiente para una habitación de un hotel de dudosa calidad. 

Cuando creí que las cosas no se podrían poner peor, el cielo se oscureció y los relámpagos comenzaron a sonar con fuerza. —No puede ser cierto… —Levanté mi mirada hacia el cielo en cuanto la primera gota cayó sobre mí, y muchas más la siguieron. No era una llovizna sutil, una brizna tolerable, más bien parecía que cada gota era un hielo que chocaba con mi cuerpo. 

Seguí caminando mientras en mi cabeza me imaginaba que de pronto Marcos aparecería, me vería en desgracia y me pediría perdón, me suplicaría para que entrara con él al auto mientras ponía su abrigo sobre mis hombros, y aceptaría haber estado equivocado mientras me ofrecía un futuro diferente y feliz al lado de él y de la niña, pero era obvio que eso jamás pasó. Lo único que ocurrió fue que mi ropa comenzó a pesar por la cantidad de agua que estaba absorbiendo. 

De pronto un hermoso auto se estacionó de mi lado de la acera, justo ante mí. Volteé en todas direcciones, pensando que tal vez había alguien importante a mi alrededor que fuera merecedor de un auto así. La puerta trasera se abrió y lo primero que salió fue un paraguas negro bastante grande que alguien sostuvo sobre mi cabeza.

Seguí la dirección de esa mano varonil, pasando por la manga de un traje elegante y costoso hasta el rostro del dueño del auto y del paraguas. Este me dedicó una sonrisa encantadora que le migraba hasta los ojos. Parecía tan emocionado de verme como yo. 

—¿En verdad eres tú? —pregunté con voz quebradiza haciendo su sonrisa aún más grande.

—¿Quién más podría ser? —inquirió divertido y gentil. Me entregó el paraguas y después tomó mi maleta y la guardó en la cajuela. Cuando regresó ante mí, se quitó el abrigó de sus hombros y lo puso sobre los míos antes de invitarme a entrar al auto.

Conteniendo mi emoción y el dolor de mi corazón, asentí emocionada mientras las lágrimas brotaban de mis ojos, grandes y cálidas. Entré al auto y me acomodé en el asiento. Se sentía tibio y el abrigo me reconfortaba. 

En cuanto el auto avanzó, noté en la lejanía a una mujer que se me hacía conocida, era la maestra de Emilia, pero no estaba muy segura. No lucía la alegría con la que había recibido a la niña, ni esa mirada gentil y complaciente. Tal vez me estaba equivocando. 

•••

Llegamos a un hermoso y lujoso hotel, la clase de sitio que Marcos podría pagar, de hecho, tal vez el lugar que pagó más de una vez viéndose con la madre de Emilia. De nuevo mi corazón crujió, porque parecía que entre más me esforzaba en conquistarlo y ganarme su afecto, era yo quien se enamoraba de él. ¡Qué tonta! 

Mi salvador abrió la puerta del auto para mí y se hincó a mi lado, mientras ponía su mano sobre mi frente con preocupación. —¿Qué te he dicho de caminar bajo la lluvia? —preguntó con tristeza—. Vamos, tienes que quitarte esa ropa mojada y descansar. 

Me ayudó a salir del auto y me llevó al interior del hotel. Me sentía como un perro callejero, mojado y deplorable, al lado de todo un hombre guapo y exitoso, lleno de confianza y con ropa fina. En la recepción la encargada lo recibió con una gran sonrisa y nos dio la llave de una de sus mejores habitaciones.

—No puedo pagar algo así… —dije apenada en cuanto entramos al elevador.

—Katia, déjame encargarme de todo. No tendrás que desembolsar ni un solo centavo. Yo cuidaré de ti y estarás bien. Llamaré a un doctor para que te revise —dijo con ternura y una sonrisa gentil. 

•••

Como bien había dicho, después de darme un buen baño y ponerme una pijama suavecita, el doctor me revisó y me recetó un par de medicamentos. Me sentí como una niña pequeña mientras mi salvador me ofrecía mis pastillas y el vaso de agua. —Tienes que descansar, ahora todo estará bien, te lo prometo —dijo con dulzura acariciando mis cabellos. 

Me arropó, cubriéndome con las sábanas hasta los hombros, y besó mi frente antes de apagar las luces y cerrar la puerta.

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