KATIA VEGA
No tuve que decidir si quedarme o no en la casa de mis padres, ellos decidieron por mí, echando mi maleta a la calle. Quise maldecirlos, ellos me condenaron a tres años de dolor y sufrimiento y ahora ¿yo era la culpable?, pero estaba demasiado cansada para hacerme de palabras con ellos, así que tomé mi maleta y comencé a caminar en busca de un lugar donde poder pasar la noche. No tenía mucho dinero en mis bolsillos, solo el suficiente para una habitación de un hotel de dudosa calidad.
Cuando creí que las cosas no se podrían poner peor, el cielo se oscureció y los relámpagos comenzaron a sonar con fuerza. —No puede ser cierto… —Levanté mi mirada hacia el cielo en cuanto la primera gota cayó sobre mí, y muchas más la siguieron. No era una llovizna sutil, una brizna tolerable, más bien parecía que cada gota era un hielo que chocaba con mi cuerpo.
Seguí caminando mientras en mi cabeza me imaginaba que de pronto Marcos aparecería, me vería en desgracia y me pediría perdón, me suplicaría para que entrara con él al auto mientras ponía su abrigo sobre mis hombros, y aceptaría haber estado equivocado mientras me ofrecía un futuro diferente y feliz al lado de él y de la niña, pero era obvio que eso jamás pasó. Lo único que ocurrió fue que mi ropa comenzó a pesar por la cantidad de agua que estaba absorbiendo.
De pronto un hermoso auto se estacionó de mi lado de la acera, justo ante mí. Volteé en todas direcciones, pensando que tal vez había alguien importante a mi alrededor que fuera merecedor de un auto así. La puerta trasera se abrió y lo primero que salió fue un paraguas negro bastante grande que alguien sostuvo sobre mi cabeza.
Seguí la dirección de esa mano varonil, pasando por la manga de un traje elegante y costoso hasta el rostro del dueño del auto y del paraguas. Este me dedicó una sonrisa encantadora que le migraba hasta los ojos. Parecía tan emocionado de verme como yo.
—¿En verdad eres tú? —pregunté con voz quebradiza haciendo su sonrisa aún más grande.
—¿Quién más podría ser? —inquirió divertido y gentil. Me entregó el paraguas y después tomó mi maleta y la guardó en la cajuela. Cuando regresó ante mí, se quitó el abrigó de sus hombros y lo puso sobre los míos antes de invitarme a entrar al auto.
Conteniendo mi emoción y el dolor de mi corazón, asentí emocionada mientras las lágrimas brotaban de mis ojos, grandes y cálidas. Entré al auto y me acomodé en el asiento. Se sentía tibio y el abrigo me reconfortaba.
En cuanto el auto avanzó, noté en la lejanía a una mujer que se me hacía conocida, era la maestra de Emilia, pero no estaba muy segura. No lucía la alegría con la que había recibido a la niña, ni esa mirada gentil y complaciente. Tal vez me estaba equivocando.
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Llegamos a un hermoso y lujoso hotel, la clase de sitio que Marcos podría pagar, de hecho, tal vez el lugar que pagó más de una vez viéndose con la madre de Emilia. De nuevo mi corazón crujió, porque parecía que entre más me esforzaba en conquistarlo y ganarme su afecto, era yo quien se enamoraba de él. ¡Qué tonta!
Mi salvador abrió la puerta del auto para mí y se hincó a mi lado, mientras ponía su mano sobre mi frente con preocupación. —¿Qué te he dicho de caminar bajo la lluvia? —preguntó con tristeza—. Vamos, tienes que quitarte esa ropa mojada y descansar.
Me ayudó a salir del auto y me llevó al interior del hotel. Me sentía como un perro callejero, mojado y deplorable, al lado de todo un hombre guapo y exitoso, lleno de confianza y con ropa fina. En la recepción la encargada lo recibió con una gran sonrisa y nos dio la llave de una de sus mejores habitaciones.
—No puedo pagar algo así… —dije apenada en cuanto entramos al elevador.
—Katia, déjame encargarme de todo. No tendrás que desembolsar ni un solo centavo. Yo cuidaré de ti y estarás bien. Llamaré a un doctor para que te revise —dijo con ternura y una sonrisa gentil.
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Como bien había dicho, después de darme un buen baño y ponerme una pijama suavecita, el doctor me revisó y me recetó un par de medicamentos. Me sentí como una niña pequeña mientras mi salvador me ofrecía mis pastillas y el vaso de agua. —Tienes que descansar, ahora todo estará bien, te lo prometo —dijo con dulzura acariciando mis cabellos.
Me arropó, cubriéndome con las sábanas hasta los hombros, y besó mi frente antes de apagar las luces y cerrar la puerta.
KATIA VEGANo recordaba cuándo había sido la última vez que dormí así de cómoda y feliz. En cuanto desperté, me estiré con un gran bostezo, rasqué mi cabeza con el cabello enmarañado y vi mi celular en la mesita de al lado. Mi teléfono tenía muchas notificaciones, mensajes de mi amiga, que parecía aún más intensa que el día anterior. «¡Katia! ¡¿Qué carajos está pasando?!» exigía en su primer mensaje mientras revisaba los diferentes enlaces que me había enviado, pertenecientes a diferentes noticieros.Al entrar a la primera página me quedé sin aliento. Era una foto de mí entrando al auto de mi salvador. El paraguas escondía el rostro de él, pero no el mío. Sentí como si una mano invisible quisiera agarrar mi corazón y arrancármelo del pecho. La angustia me estaba mortificando. Conforme entraba a más páginas, más fotografías y más videos encontraba, pero desde un mismo ángulo y con una misma calidad, parecía que todo había sido tomado desde un mismo teléfono celular. Entonces, como un
KATIA VEGA—Regresé hace una semana… —contestó sonriéndome, pero algo parecía ensombrecer su mirada. —¡¿Y por qué no venias a verme?! —Le arrojé una almohada con todas mis fuerzas. Indignada, pero satisfecha, pues él había fingido que, en vez de una almohada, le había arrojado una bola de plomo, haciéndolo chocar con la puerta antes de exhalar con dificultad. —Tenía miedo de que nuestros padres se enteraran y te lo reprocharan, hermanita —contestó antes de lanzarme la almohada de regreso, golpeándome con fuerza y haciéndome caer en la cama, entre risas. —¿Por qué regresaste? —pregunté abrazando la almohada y viendo el techo, mientras las risas comenzaban a desvanecerse. Mi hermano se recostó a mi lado, como cuando éramos niños, y nos quedamos viendo fijamente la lámpara sobre nosotros.—Si te digo, ¿no te enojas? —¿Por qué debería? Por un momento guardó silencio, dudando, resopló y se resignó. —Estoy aquí para encontrar a mi hija.—¡¿Cómo?! ¡¿Hija?! ¡¿Tú hija?! —exclamé sorprendi
KATIA VEGA—Así es… No es tan conocida como el guapo de tu hermano, pero… —agregó Arturo con una gran sonrisa, hasta que lo interrumpí.—Pero es… —No pude terminar mi frase y un escalofrío sacudió mi cuerpo.—La madre de mi hija —contestó con tristeza mientras yo sentía que algo se retorcía dentro de mí. ¡Esa maldita perra del infierno era el primer amor de Marcos Saavedra! ¡La mujer por la que jamás me pudo amar, mucho menos respetar!Las palabras de mi hermano me dieron vueltas en la cabeza. No me fue difícil deducir que muy posiblemente mi pequeña Emilia fuera hija de Arturo. Eso explicaría la conexión tan dulce que desarrollamos. Desde que su manita tomó la mía hubo un clic en mi corazón.Al parecerse tanto a su madre fue comprensible que ni siquiera Marcos sospechara que no era suya. ¿Por qué no habían hecho una prueba de ADN antes? Porque Marcos amaba y confiaba en esa mujer, lo que ella decía se volvía la verdad absoluta para él. Marcos no era un hombre muy creyente, pero cuand
MARCOS SAAVEDRALas súplicas y reclamos de mis padres no pararon hasta que acepté casarme con la mujer que ellos escogieran. Sabía que no les sería tan fácil, pues querían a una mujer perfecta: hermosa, humilde, pero, sobre todo, virgen. Odiaban a las mujeres que no llegaban puras y castas hasta el matrimonio, y creían que Stella era indigna, pensando que yo no había sido, ni sería, el único hombre en su vida, argumentando que una actriz solía ser una mujer de «moral distraída». Mis esperanzas de ver regresar a Stella después del desprecio y el rechazo que sufrió por parte de mi familia, se vieron opacadas por mi futura esposa. La boda se planeó en muy poco tiempo y ante el altar me sentí acorralado.Cuando la marcha nupcial comenzó, por fin conocí a Katia, una niña demasiado joven para mi gusto, de apariencia inmadura, nerviosa. Era una criatura sin ningún regalo de la naturaleza, aún así sus ojos azules y cabello castaño llamaron mi atención. Entre más la veía, más curiosidad me da
MARCOS SAAVEDRAJamás entendí cómo es que, si Stella era el amor de mi vida y la primera que hizo latir mi corazón, ¿por qué no fui capaz decirle lo que sentía? ¿Por qué no pude gritarle en la cara que la amaba y que la extrañaba, que no podía criar a Emilia sin ella, que no podía ser feliz lidiando con su ausencia? La necesitaba a mi lado, pero mi cuerpo y mi alma parecieron estancarse. De esa manera decidí alejarme de ese maldito puente, pero no para regresar a una boda que yo no quería y de la cual dependía la sana convivencia con mis padres. Mis pasos me llevaron hacia un bar que ya me era conocido. Fui directo hacia la barra donde pedí trago tras trago hasta que perdí la cuenta. Solo y ebrio, esa fue la mejor manera de festejar mi boda. Sacudí la cabeza, espantando esos malditos recuerdos que tanto me dolían. Mi teléfono volvió a vibrar y entonces noté que me había llegado un mensaje más de mi abogado. «Está aquí, ¿quieres que mandemos el acta de divorcio a su habitación?», leí
KATIA VEGA Mi cabeza terminó contra el mueble detrás de mí, mientras que la boca de Marcos insistía, sus labios jugaban con los míos y su lengua ávida buscaba invadir mi boca. Sus manos se posaron a cada lado de mi cabeza, apresándome, escondiéndome con su cuerpo mientras yo luchaba por no desmayarme. Era la primera vez que me besaba con plena intención. En tres años de matrimonio, ni siquiera ante el altar se había apoderado de mi boca de esa manera y, a diferencia de nuestra noche de bodas, su aliento no olía a alcohol. Presioné mis manos en su pecho, queriéndolo apartar, pero parecía que mi rechazo le resultó ofensivo, pues me tomó por las muñecas y las presionó contra el mueble, a cada lado de mi rostro. —Quieta… —siseó contra mis labios. Su voz se volvió un ronroneo lujurioso que erizó mi piel. Mis mejillas ardían y aunque sus labios se habían separado de los míos, seguía sin poder respirar. Mi corazón latía atormentado y sus ojos me dominaron en cuanto se clavaron en los m
KATIA VEGAEl dinero da poder, el poder corrompe. Era una regla básica, porque con dinero puedes hacer lo que quieras y quien diga lo contrario es porque no tiene el dinero suficiente. En el caso de Marcos, él tenía dinero más que suficiente, y no solo eso, tenía control sobre el dinero de los demás. Si te cruzabas en su camino y lo ofendías, era cuestión de tiempo para que lo perdieras todo.Tu patrimonio, tu salud y tus sueños podían depender de no hacerlo enojar, incluso tu libertad, pues había escuchado de varios que habían terminado detrás de las rejas gracias a que él solicitaba una investigación fiscal contra alguien.No dejé de ser víctima de todos esos pensamientos mientras salíamos del hotel,
MARCOS SAAVEDRA—¿Cuándo firmaremos el divorcio? —preguntó Katia mientras retrocedía hasta pegarse a la cabecera de la cama.—Sabes cuánto odio aclarar algo que considero ya quedó claro —contesté dándole la espalda.—Pues para mí no está claro. —Se apoyó sobre sus rodillas y pude ver a través del espejo del tocador su rostro lleno de furia. Era adorable cuando intentaba hacerse la valiente. Como un gatito queriendo imitar a un león.La sensación que me invadió al verla en ese hotel con ese hombre que dijo ser su hermano me había llenado de ira, decepción, odio y, sobre todo, celos. Imaginármela siendo follada por alguien m&aacu