—¡Ay, dios! ¡Yo no voy a pagar eso!
La sorpresa de Anja era tan genuina que Milo solo pudo reír.
—¡No importa, lo pago yo! —aseguró mientras miraba el espejo.
—¡Pues claro que lo pagas tú!, ¿pero quién se lleva la mala suerte? —lo reconvino Anja.
—¿Repartimos cincuenta cincuenta?
—¿Tres años y