Hans
El viento soplaba con fuerza en la azotea, arrastrando el frío de la noche hasta lo más profundo de los huesos. Hans cerró la puerta tras de sí y la vio ahí, sentada en el borde del edificio, con un cigarrillo entre los dedos.
Pero no lo encendía.
Solo lo giraba entre sus manos, deslizándolo entre sus dedos con la calma de quien sostiene una bomba sin activar.
Hans suspiró.
No la había visto así en mucho tiempo.
Le recordó la primera vez que la conoció. En ese bar, con una copa en la mano y un cigarro apagado en los labios. En aquel entonces, parecía un cadáver parada en medio de un campo de guerra. Rodeada de fantasmas que arrastraba como una maldición sobre su espalda. Como si el mundo la hubiese dejado atrás y ella ni siquiera se molestará en alcanzarlo.
Y ahora estaba aquí, con la misma mirada perdida, como si estuviera contemplando algo más allá del hospital, más allá de sí misma.
Hans se acercó y se apoyó contra la baranda, lo suficientemente cerca para que supiera que esta