2.

Otro día pasaba en casa de los Peña, David entraba más tarde a la universidad, y después de haber hecho las tareas de la casa, se ponía a estudiar para el examen que tenía dentro de dos semanas, un montón de papeles ocupaban casi toda la mesa, el ordenador, los bolígrafos, el estuche, todo lo necesario para que un estudiante pudiese tenerlo todo a mano en la mesa que había en la sala de estar donde enfrente estaba el sofá de un color gris claro. La puerta se abría y entonces, el futuro abogado se asustaba, por qué cuando la puerta sonaba así, solo había un motivo para que eso pudiese pasar. — Mane — El tono asustado de David, daba un claro ejemplo de lo que estaba por llegar, él, cogía al que era su esposo por el antebrazo, le apretaba tanto que le dolía.

¿Alguien sabe que es el dolor? ¿Alguien sabe como se oye cuando este se empieza a derramar por todo el cuerpo y no queda nada más que aceptar que te ha invadido? Por qué David acababa de descubrirlo en el momento en que Mane le miraba con esos ojos llenos de furia y de rabia. — Vamos al patio. — La voz de una bestia asomaba en el tono de su marido — !!No por favor!! — David gritaba, se desgarraba, cruzaban el umbral de la puerta del salón para llegar a la ante sala, uno empujando y el otro arrastrándose a empujones, de nuevo el dolor, el dolor se reflejaba en cada acto que David recibía. Abría los grandes ventanales que daban al patio y Mane, empezaba a quitarle la ropa a su esposo. — !Es mi ropa Mane! — La voz ahogada en el dolor de David, volvía a reclamarle y este de la manera más cruel le respondía. — !!No seas pendejo carajo!! !! Tu cuerpo es muy feo!! — Cogiendo una manguera que había atada al grifo que había en una pared de la casa, ante la atenta mirada de Gabriela que no daba crédito a lo que estaba viendo, abría el grifo del agua.

Gabriela Mabeyra, estaba trabajando en casa de los padres de David, cuando ellos decidieron mudarse, ella les ayudó instalándose también en esa casa hasta que encontrasen a otra persona, pero hacía tan bien su trabajo que, al final, el futuro abogado decidió que se quedase allí...

Gabriela tenía los ojos marrones, pelo castaño aunque en ese momento le gustaba tintarlo de color rojo y a decir verdad, le sentaba muy bien, tenía treinta y siete años y no solo eso, su uno sesenta de altura la hacían ser la chica más bonita que nadie haya visto jamás.

El agua golpeaba el cuerpo sin ropa de David, agua fría, como un cubito de hielo mientras él chillaba y lloraba que alguien le ayudase a salir de ahí.

Los gritos eran tan grandes que incluso se escuchaban en la casa de Brenda, Blanca, estaba arreglando ropa, metiéndola en la lavadora, cuando en ese momento, algo le llamaba la atención, los gritos desgarrados del que también consideraba como su hijo, con la cara descompuesta, dejó caer las prendas al suelo y bajando las escaleras de su casa salia por la puerta para que, en menos de dos segundos ya estuviese en casa de sus vecinos, puesto que era una zona en la que las hileras de casas estaban pegadas unas a otras. Abría la puerta y cruzaba el hall recibidor y la sala de estar para encontrarse con un Mane destructivo que no paraba de mojar a su marido. — !Ay pero para Pendejo! — Ella forcejeaba con él, intentaba quitarle la manguera de las manos, pero sus intentos habían sido en vano.

Él empujaba a Blanca y esta caía al suelo irremediablemente, entonces cuando todo parecía perdido, el agua desaparecía, David caía de rodillas al suelo y llorando desconsolado, no había quien pudiese devolverle esas emociones que había perdido, no había quien irremediablemente pudiese curarle, devolverle lo que él tanto anhelaba, ser él mismo. La madre de Brenda, se arrastraba por el suelo mientras se unía al futuro abogado en un abrazo. — Deja de ser tan condescendiente Blanca, él no se lo merece carajo. — Y con ese tono de voz que se clavaba en el corazón de los dos cuál puñales en el alma, se iba.

Gabriela entonces, salía de la cocina y se unía a su altura. — ¿Se siente bien señor? — Y el dolor en la garganta del chico era tan grande que solo podía expresar lo que sentía llorando, no había nada más que nadie más pudiese hacer para evitar lo inevitable. — Vamos. — Blanca y Gabriela se llevaban a David al cuarto de baño para secarlo y que se cambiase de ropa, el frío se apoderaba de cada poro de la piel del chico, estaba tiritando, si sus padres y su abuela supiesen todo por lo que estaba pasando, habrían dejado a su hijo y su nieto en la habitación de su casa para no salir jamás, ellas le secaban. — Esto se tiene que acabar cariño... No puedes vivir así. — David, miraba con sus ojos llenos de tristeza a Blanca y le respondía. — Ya lo sé, pero... Si antes no lo hice... — En ese momento, era interrumpido por Gabriela. — Si, si, por Miguel, pero... ¿Te has parado a pensar un solo instante en que va a pasar con él si a ti te pasa algo? — Solo en esos momentos, la asistenta del hogar se permitía ciertas informalidades.

Esas palabras volvían a rondar en la mente de David, palabras que decían todo lo que él había estado ocultando a sus padres durante mucho tiempo. Terminaban de arreglarle para ir a la universidad, justo cuando el chico cogía sus cosas para ir a clase, en la puerta de su casa paraba un coche, un Toyota Yaris ZR Híbrid AU - Spec 2020. Él salía como también lo hacía Brenda, que hasta ese momento no había sido consciente de lo que había pasado. — Hola... — La voz ronca de Marina hacía acto de presencia entre ellos después de haber bajado las ventanillas. — ¿Pero qué te ha pasado? — Y solo con mirar a los ojos de color miel de su amigo ya sabía que una vez más se trataba de Mane. — Súbete.

Brenda se dirigía hacia ellos después de haber visto a su amigo moreno y con sobrepeso subirse en el coche, pero antes de que esta pudiese siquiera llegar a la altura del vehículo, Marina aceleraba y el coche salía disparado hacia el tráfico de Guanajuato. — ¿Por qué hiciste eso Marina? — Ella miraba al chico con una línea recta en sus labios, no entendía por qué se pasaba más tiempo con su vecina que con ella que, desde que habían llegado al barrio, había estado siempre con él y además también era su vecina, pero en este caso, Marina vivía en la casa de enfrente. Marina Mendoza tenía el pelo castaño, su color de ojos era verde esperanza, su altura uno con setenta y dos y además su tez era morena, como el color de la crema de maquillaje.

Marina, lo único que hacía era responder, mientras seguían recorriendo las calles empedradas de Guanajuato y sus múltiples casas de colores. — ¿Por qué siempre la estás defendiendo? ¿Y yo que? ¿Eh? Yo soy vuestra mejor amiga desde mucho antes que ella. — David se sentía culpable cuando su amiga le decía esas cosas, quizás por comodidad o quizás por qué Brenda estaba a golpe de pared últimamente había pasado más tiempo con ella que con Marina. — Dale, lo siento. — El futuro abogado se disculpaba. — Si, lo sientes, pero no haces nada por evitar que yo me sienta mal. — Silencio, un silencio atronador se había apoderado del coche mientras iban llegando a la universidad, el chico moreno no era así, él no era capaz de elegir a una persona por encima de otra. Pero de saber todo lo que estaba a punto de pasar, habría cambiado decisiones que le habrían hecho tomar caminos diferentes.

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