CAPÍTULO 37

Mi cuerpo no estaba apoyado en el suelo frío y duro del bosque, sino en algo cálido y firme. Me desperté lentamente, sintiendo la calidez a mi alrededor, el ritmo constante de una respiración ajena.

Abrí los ojos y la realidad me golpeó con la fuerza de un vendaval. Estaba recostada sobre Caleb, su cuerpo proporcionándome el calor que la helada noche me había robado. Mi primer instinto fue alejarme, pero me detuve. Levanté la vista y mis ojos se encontraron con los suyos, unos profundos y cautivadores ojos grises que me miraban con una mezcla de sorpresa y algo más que no pude identificar de inmediato.

—Buenos días—dijo Caleb con voz ronca, apenas un susurro en el silencio del amanecer. —Siento que hayas tenido que... bueno, recurrir a esto.

Sentí el calor subir a mis mejillas, la vergüenza mezclándose con un torbellino de emociones. —No lo hice a propósito. —respondí, tratando de mantener la calma—. La noche fue muy fría y... simplemente sucedió.

Caleb asintió lentamente, su expresió
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