La reja de hierro se abrió con un chirrido, y Enzo alzó la vista para encontrarse con el rostro de Alessia, aún limpio y sereno, exactamente igual que antes de entrar al patio.
La única diferencia era que ahora sostenía un palo de madera manchado de sangre.
—Hola, señorita La Rosa —dijo Enzo, apart