Megan
Las puertas del ascensor se abrieron hacia mi oficina en Pitt Medical. Iba a ser otro día ajetreado. Estaba lista. Es más, vivía para eso.
—¡Bueeenos días! —canturreó Penny, la recepcionista pelirroja y siempre alegre, en cuanto entré a las oficinas modernas y relucientes.
El lugar ya estaba lleno de médicos y personal moviéndose de un lado a otro. La idea detrás de cada sede de Pitt Medical era que funcionara como un mini hospital, cada una con especialidades distintas. Mi cargo era jefa de oftalmología en la sede del oeste de Denver.
—Buenos días —respondí con mi tono habitual, firme y profesional—. ¿Cómo pinta el día?
Rodeé la ventanilla de recepción y me incliné sobre el escritorio donde Penny estaba sentada frente a su computadora Apple y su enorme pantalla.
—Muy, muy apretado —me informó con dramatismo—. Esperaba darte la buena noticia de que tenías libre la cita de las nueve, pero recibimos una llamada del Dr. Price, preguntando si podíamos hacerle un espacio a alguien por solicitud del Dr. Murphy.
Levanté una ceja. El Dr. Jacob Murphy era pediatra y director de la Rocky Mountain Medical Foundation, una organización que comenzó como una pequeña iniciativa para ayudar a los trabajadores desplazados de la fábrica de refrescos Spritzfield cuando cerró hace unos años. Desde entonces, había crecido hasta convertirse en una de las mayores organizaciones médicas benéficas del estado. Y estaba estrechamente vinculada con Pitt Medical.
—¿Murphy metió a alguien en la agenda él mismo? ¿Hablas en serio?
Ella señaló la pantalla con el dedo.
—Mira tú misma. Y, por el nombre, diría que son parientes.
El nombre Connor Murphy figuraba en el espacio de las nueve. Alcé el brazo y consulté la hora en mi reloj Cartier: faltaban treinta minutos para su llegada.
—Está bien —dije—. Me aseguraré de no devolvérselo a Jacob más ciego que un murciélago.
Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios.
—¿Eso fue una broma de parte de la doctora Doyle? —preguntó Penny, con una expresión de asombro—. ¿Se siente bien?
—Hey, puedo bromear de vez en cuando.
—Cierto, cierto. De todos modos, te aviso cuando llegue.
—Perfecto. Gracias, Penny.
Eché un vistazo rápido al resto del horario en la pantalla. Nada fuera de lo común en el horizonte para lo que quedaba del día. Me serví una taza de café en la sala de descanso y fui a mi oficina.
Me encantaba mi pequeño espacio: era reducido pero acogedor, con ventanas que daban a la ciudad y suficiente espacio como para sentir que podía extenderme. Pitt Medical había sido concebido como una alternativa a los hospitales con aspecto de fábrica, con iluminación fluorescente horrible, donde lo único que querían era despacharte rápido con una receta en la mano y una factura enorme en el correo.
La comodidad se aplicaba también al personal: todos los médicos teníamos oficinas estupendas, unidas a salas de examen privadas. Todo estaba diseñado con estética y confort en mente, así que las oficinas se parecían más a un spa relajante que a cualquier hospital en el que yo hubiera trabajado.
Puse algo de música clásica suave, Brahms para empezar la lista, y me senté en mi escritorio. Mientras sorbía el café, revisé la agenda para la semana siguiente. Me gustaba tener todo en orden en la medida de lo posible, y para eso llevaba horarios estrictos, calculando cada minuto del día.
Mañana, por ejemplo, pasaría varias horas en la clínica pro bono del centro, donde trabajaba de forma gratuita. Pitt Medical era excelente con los pacientes que no podían pagar, pero al final del día, aún necesitabas algo: dinero o seguro médico. Admiraba a Duncan y al resto del equipo por priorizar a las personas por encima de las ganancias, pero aun así, me gustaba ayudar a los que menos tenían siempre que podía.
Sin embargo, la clínica estaba en horas bajas. El equipo era viejo y cada vez fallaba más. Por eso había agendado una reunión con algunos de los altos mandos de Pitt Medical, con la esperanza de convencerlos de donar nuevo equipamiento.
Entre ese momento y entonces, me esperaba una semana ajetreada con muchos pacientes. Por suerte, no tenía mucha vida personal que interfiriera con el trabajo.
En medio del papeleo, dieron las nueve. Penny no había avisado si mi cita había llegado. Me enderecé, apartando las manos del teclado, como si eso fuera a hacer que Penny me avisara. Al no escuchar nada, volví mi atención al monitor.
Pasaron diez minutos más. Luego cinco. Fruncí el ceño, preguntándome qué estaba pasando. Pulsé el botón de bloqueo en la computadora y me levanté, saliendo de la oficina. Al pasar junto a algunos doctores, les saludé con un “hola” antes de dirigirme hacia la recepción. A medida que me acercaba, escuché risas provenientes del área de Penny –sus risas. También oía una voz masculina, pero no era una voz cualquiera. Tenía acento irlandés, como un personaje sacado de Peaky Blinders.
—Si alguna vez querés venir a Irlanda, estás más que invitada, preciosa.
—¿En serio? —rió Penny—. Ni siquiera he estado al este del Misisipi. Dudo mucho que encaje allí.
—¿Estás bromeando? —replicó el hombre, ofendido—. Con esa preciosa melena pelirroja, no tengo dudas de que llevás sangre irlandesa. Apuesto a que pondrías un pie en la isla y sentirías que has vuelto a casa.
Más risas.
—No sé yo...
Había escuchado suficiente. Rodeé la esquina hacia el pequeño pasillo que llevaba a la sala de espera, impaciente por averiguar qué pasaba. Y lo que vi –a quién vi– me dejó con los ojos como platos.
El hombre inclinado sobre el mostrador de la recepción era el más guapo que había visto en mi vida. Alto y atractivo, con cabello grueso, ondulado y de un castaño rojizo; piel bronceada que me recordaba a la de un surfista. Sus ojos eran de un verde brillante, su sonrisa amplia y su boca llena de dientes blancos perfectos. Tenía hombros anchos y redondos, cintura delgada. Vestía una camiseta roja sencilla, con un bolsillo en el pecho, unos jeans negros y unas zapatillas de ante grises.
Estaba lista para reprender a Penny por no estar atenta con mi cita, pero en el segundo en que ese hombre me lanzó una mirada con esos ojos esmeralda, no existía nada en el mundo más que él y yo.
—Hola, preciosa —dijo, su voz cargada de acento—. ¿Qué tal el craic?
Incliné la cabeza con curiosidad.
—¿Perdón?
Penny se volvió hacia mí, su expresión ansiosa dejando claro que estaba más que lista para explicar.
—Significa algo como “¿qué pasa?”, “¿qué hay de nuevo?”. Connor me lo acaba de enseñar.
Algo en Penny me devolvió a la realidad, y mi actitud profesional volvió al instante.
—Ya veo. Bueno, si el señor Murphy tiene una cita a las nueve, debería pasar ya a la sala de examen para que pueda revisarlo. Tengo muchos pacientes hoy y no puedo permitirme más retrasos.
—Sí, claro —dijo Penny—. Termino de ingresarlo y lo mando a tu sala.
—Gracias, Penny.
Aparté los ojos de Connor y me dirigí de nuevo a mi oficina. Ya sola, me di cuenta de que el corazón me latía con fuerza en el pecho. Coloqué los dedos índice y medio en mi muñeca para tomarme el pulso.
¿Qué demonios me pasaba? Siempre me había enorgullecido de mantener la calma en cualquier circunstancia… a veces demasiado calma, dependiendo de a quién se lo preguntaras. Pero por alguna razón, solo treinta segundos hablando con ese hombre habían bastado para que mi sangre se calentara y mis bragas quedaran empapadas.