Megan
Me paré frente al pequeño espejo junto a la puerta, asegurándome de no parecer tan alterada como me sentía. Agarré la bata blanca de doctora del perchero y me la puse. En el bolsillo delantero llevaba un pequeño rollo de mentas, y me llevé una a la boca. No era por él, por supuesto –ser oftalmóloga implicaba estar muy cerca del rostro de la gente, y prefería que mi aliento no oliera a café y barritas Luna.
Caminé por el pasillo rumbo a la sala de examen. Antes de llegar, Penny apareció rápidamente en la esquina y se detuvo frente a mí, con los ojos abiertos como platos.
—Doctora Doyle, lo siento mucho por haberme distraído así. Estaba trabajando y revisando el horario, y de pronto levanto la vista y ¡bam!, como si el hombre más guapo del mundo me mirara directo a los ojos.
—Está bien, Penny —dije—. No te preocupes.
—Pero fui totalmente poco profesional. Debí avisarte enseguida que estaba aquí y no dejarme llevar y—
—Todo bien, Penny.
—¡Pero wow! ¿Lo viste? —Señaló con emoción hacia la sala de examen—. ¡Esos ojos, esos músculos, ese acento! No me digas que no te sorprendió verlo.
Lo había hecho, pero no iba a confesárselo a nadie.
—¿No decías algo sobre mantener la profesionalidad? —respondí con una leve sonrisa.
—Oh-oh-oh —dijo, como si recién se diera cuenta de que se estaba dejando llevar de nuevo—. Perdón, perdón.
—Solo respira hondo.
Lo hizo, aclarándose la garganta y cerrando los ojos mientras se recomponía.
—En fin, ya está listo para ti.
—Perfecto. Gracias, Penny.
Me hizo una pistolita con los dedos y la disparó con un clic del pulgar.
—Por cierto, tu aliento huele increíble.
Me reí.
—Gracias.
La verdad, estaba un poquito molesta con Penny por lo que había pasado. Odiaba que me tomaran por sorpresa –en mi oficina, todo tenía que estar bajo control. Pero le di un pase. Ese tipo… estaba muy bueno.
Dejé todo eso fuera de mi cabeza mientras me acercaba a la sala de examen. Verifiqué el aliento una última vez, abrí la puerta y entré. La habitación estaba oscura, como era habitual, con solo la luz encendida en la pantalla de exámenes. Al entrar, noté que mi paciente no estaba sentado esperándome, sino de pie frente a uno de los pósters de cuidado ocular en la pared, con el celular en mano, preparándose para tomarle una foto.
—¿Señor Murphy?
—Un momento, amor —dijo, mirándome un instante antes de volver al afiche—. Esta cosa es increíble. Quiero sacar una foto.
Ya había notado su acento, por supuesto –¿cómo no hacerlo?–, pero estar en la misma sala que él me hizo percatarme de lo profunda que era su voz. Entre eso, su acento, y cómo las mangas de su camiseta se aferraban a sus bíceps gruesos y fuertes… mis bragas no tenían ninguna esperanza.
Hizo clic con la cámara antes de girarse hacia mí.
—Esto es genial —dijo—. ¿Dónde lo conseguiste?
Miré el póster, una hoja informativa sobre el cuidado ocular que parecía de los años cincuenta.
—No estoy segura —respondí—. Creo que una de las recepcionistas lo consiguió en una venta de herencia.
—Es una joya —dijo. Sus ojos, brillantes aun en la penumbra de la sala, centellearon con sorpresa—. Pero ¿dónde están mis malditos modales?
Se acercó y extendió una enorme mano.
—Connor Murphy.
Sus ojos se deslizaron por mi cuerpo de arriba abajo. Normalmente eso sería motivo de molestia, pero había algo en Connor que lo hacía distinto: quería que me mirara.
Observé su mano con duda –no porque no quisiera saludar, sino porque presentía que tocar su piel iba a ser más intenso de lo que podía manejar. Pero ¿qué podía hacer? ¿Negarme a darle la mano?
La tomé y estreché, y tal como lo había anticipado, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Su piel era cálida y áspera, y solo el contacto con su palma bastó para que me preguntara cómo se sentirían esas manos grandes recorriéndome entera.
Carraspeé y me concentré.
—Doctora Doyle —dije—. Pero puedes llamarme Megan.
Me sorprendió escuchar esas palabras salir de mi boca –normalmente prefería mantenerme en términos estrictamente profesionales con los pacientes.
—¿Megan? —preguntó, guardando el móvil en el bolsillo—. Nombre precioso. Seré bueno y no haré ninguna broma sobre la canción.
Reí.
—Si lo haces, ya somos amigos. La mayoría no puede resistirse.
Él sonrió, con ese brillo otra vez en los ojos.
—Bueno, yo no soy como la mayoría.
Eso seguro. Tuve que contenerme para no decirlo en voz alta.
—En fin —dije—. Normalmente sabría un poco más sobre por qué estás aquí, pero como tu cita fue de última hora...
—Y gracias mil por eso —dijo—. Fue mi hermano. Le conté mis molestias y me había agendado antes de que pudiera decirle que no.
—Así es —dije, señalando la silla de examen—. Eres el hermano del Dr. Murphy.
—Te lo juro, ¿hay alguien en este pueblo que no conozca a mi hermano? —La sonrisa fácil en su rostro dejaba claro que le parecía más gracioso que otra cosa. —¿En el mundo médico? Ni pensarlo. Todos conocen a Jacob, lo que significa que... —¿Todos me van a conocer a mí dentro de poco? —Depende. ¿Eres médico? Negó con la cabeza. —No. Solo un humilde fotógrafo internacional, a tu servicio.Eso explicaba por qué había estado tomando fotos del cartel en la pared.
—Eso está bastante alejado del campo médico —comenté.
—Y con toda la intención.Su rostro mostró una breve confusión, como si no hubiera querido revelar tanto. La sensación era mutua: llevábamos hablando unos minutos y ya sentía que conocía al tipo desde hacía años. Era raro.