Ella asintió rápidamente.
“A veces todavía me los cocina. Honestamente, están incluso mejor que los de tu mamá.”
Chloe soltó una risa profunda y alegre. Ese sonido lo era todo. Se metió en alguna parte lastimada de mí y la cosió con nada más que su felicidad pura. Mi rostro se quebró en una sonrisa incontenible. Había estado manteniendo mi distancia, asumiendo que ella necesitaba espacio de la oscuridad en la que había estado viviendo, convencido de que mi tristeza podría de alguna manera contagiarla.
Pero la verdad era exactamente lo opuesto—la luz de Chloe tenía una manera de filtrarse en las grietas, sanando desde adentro hacia afuera. Esta niñita había perdido al hombre que llamaba papá hace apenas unos meses, y aun así, aquí estaba… riéndose. Si ella tenía la fuerza para sonreír a pesar de todo, yo podía aprender a intentarlo. Ella era mi brújula. Ella era mi gracia.
Extendiendo la mano, acuné su rostro en mis palmas. “Te he extrañado, mi niña.”
“No viniste a visitarme por unos