— Pero... —Nicolás la miró fijamente— no me gustas.
Al oír estas palabras, Luciana sintió como si su corazón se desplomara, dejándole un dolor sordo en el pecho.
— Sé que no te gusto —murmuró Luciana—. Yo sí te quiero, pero nunca me hice ilusiones de que llegaras a corresponderme.
— ¿Y qué sentido tiene eso? —replicó Nicolás—. Leo es un buen chico, mucho mejor que yo en cuanto a carácter y temperamento. Si ustedes dos estuvieran juntos, serían la pareja perfecta.
— No puedes controlar mis sentimientos —respondió Luciana con firmeza, alzando la mirada—. Tú puedes tener tu opinión, y yo tengo la mía. No es justo que, por Leo, quieras obligarme a que me guste él.
Nicolás esbozó una sonrisa fría.
— No te alteres, solo te estoy dando un consejo.
— No necesito ese tipo de consejos —contestó Luciana.
— Como quieras —dijo Nicolás—. Pero no te hagas ilusiones conmigo, nunca me voy a casar.
— ¿Nunca te vas a casar? —Luciana no entendía bien lo que quería decir.
— Así es —afirmó Nicolás—. Mi vida