Marcela parecía incrédula. Daniel era perfecto en todos los aspectos, tanto en apariencia como en ascendencia, insuperable. La chica que Daniel estaba cortejando debía ser alguien excepcional. Era raro ver a Daniel sonreír; siempre era taciturno. Parecía que realmente había encontrado a alguien a quien quería mucho.
—He recibido muchas visitas, tía Marcela.
Daniel señaló el montón de flores y frutas que ocupaban gran parte de la habitación, hablando con calma.
—Son mis alumnos. Al enterarse de mi enfermedad, insistieron en visitarme. La selección para el Preludio Brillante está a la vuelta de la esquina, y ninguno de ellos se concentra en practicar.
Marcela sonrió, pero su expresión se apagó de repente, como si recordara algo, y suspiró:
—Tuve una alumna, la que más prometía, mi favorita. Su talento era el mejor que había visto, aparte del tuyo y del de tu madre; incluso creo que era superior. Pero…
Marcela se detuvo, suspiró profundamente, llena de pesar y decepción.
—Era un genio.