Marcela la miró, con una mezcla de cariño y enojo en sus ojos. Finalmente, dijo con calma:

—Nunca me fallaste a mí, sino a ti misma. Ya ha pasado mucho tiempo, ya no estoy enojada. Me alegra que hayas venido a verme. Estoy bien.

Los ojos de Estrella se llenaron de lágrimas. Antes, la profesora siempre le hablaba con amabilidad, nunca con tanta frialdad. La profesora seguía enojada. Pero no podía decir que quería volver a la escuela y que la profesora volviera a enseñarle. Había herido los sentimientos de su profesora, ¿qué derecho tenía a pedirle perdón?

Estrella no se sentía capaz de estar frente a Marcela. Bajó la cabeza y dijo:

—Profesora, cuídese. No la molesto más. Lo siento.

Luego, hizo otra profunda reverencia a Marcela, se dio la vuelta y salió rápidamente de la habitación.

Daniel vio las lágrimas que caían por las mejillas de Estrella y frunció el ceño.

Marcela, al ver a Estrella irse, se inclinó ligeramente y suspiró profundamente.

—Esta niña, aunque antes era callada, siempr