Tras el divorcio, me hice millonaria.
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Por: Svetlana
Capítulo1 El que ha sido infiel eres tú
—Yaritza, ¿cómo explicas esta sangre en el suelo?

La mirada de Diego Torres era fría, mirando a Yaritza Escobar con puro desprecio.

El zumbido en los oídos de Yaritza no cesaba por los nervios. El hombre que había amado durante cinco años la había decepcionado completamente, y su cuerpo temblaba sin parar...

Hoy era la fiesta de bienvenida para el tío de Diego.

Tres horas antes, había recibido un mensaje de Diego, diciéndole que habría una fiesta de bienvenida en la ciudad Lunarela, en la mansión de la familia Torres, y que ella debería ir temprano para decorar.

Pero apenas llegó a la mansión, Teresa Gómez, la amiga de la infancia, también la amante de Diego, tomó medicamento para abortar frente a ella.

Cuando Yaritza se dio cuenta de que era una trampa para incriminarla, intentó huir, pero ya era demasiado tarde.

—Lo digo de nuevo, ¡yo no fui!—Yaritza explicaba indignada.

Diego se rió con desdén.

—Siempre se dice que la gente del campo es honesta y bondadosa. ¿Cómo logras mentir sin experimentar ni un ápice de vergüenza? ¡Vi con mis propios ojos a Teresa cubierta de sangre, escuché sus súplicas para que no lastimaras al niño! ¿Y todavía te atreves a negarlo?

—Diego, el que ha sido infiel eres tú, ¡tú eres el culpable! Y aunque odie tanto a ti como a Teresa, no tendría por qué recurrir a métodos tan bajos como lastimar al niño en su vientre.

—Ya te dije antes, lo mío con Teresa fue un accidente. Cuando nazca el niño, lo arreglaré todo. ¿Pero cómo te atreviste a darle un medicamento para abortar?

—¡Ella tomó la medicina por su cuenta! ¡No tiene nada que ver conmigo!

Ella seguía explicando, pero en aquel momento en la mansión solo estaban Teresa y ella. No importaba cómo lo explicara, ¡no tenía forma de defenderse!

—¡Qué chiste! ¿Teresa haciéndole daño a su propio hijo? Yaritza, si dices eso, ¿quién te creería?

Sí, él no creía, y nadie más lo haría.

Teresa era la hija predilecta de los Gómez. Aunque la familia Gómez ya no era lo que era antes, incluso en decadencia, seguían siendo gente de clase alta. ¿Y ella qué era? A los ojos de estas personas, no era más que una campesina ignorante venida de un barrio pobre. Por eso, nadie le creería.

Además, es bien sabido que hasta el peor bicho cuida a su crío. ¿Cómo podría Teresa, una mujer que lloraba hasta por la muerte de una mosca, mostrándose amable y compasiva, ser capaz de hacerle daño a su propio hijo por nacer?

Hay que admitir que su jugada fue peligrosa y cruel, pero resultó ser una victoria arriesgada.

—¡Yaritza, qué cruel eres!

Diego, con los dientes apretados de ira, agarró el cuello de Yaritza y la empujó contra la pared.

El rostro de Yaritza se puso pálido como si se hubiera sumergido de repente en el fondo del mar, y su respiración se volvió cada vez más difícil.

¡Ella tenía asma!

—La medicina...— buscaba frenéticamente en su bolsillo el frasco de pastillas, temblando tanto que le resultaba difícil abrirlo.

Pero justo en el momento en que lo abría, una mano golpeó con fuerza el frasco, haciéndolo caer al suelo.

El frasco rodó por el suelo, esparciendo las pastillas blancas...

—¡Basta ya! ¡Yaritza, deja de fingir!—Diego soltó su mano, mostrando una expresión de enfado.

Yaritza cayó al suelo, completamente debilitada.

¡Necesitaba su medicina!

Mirando las pastillas dispersas, con el último aliento que le quedaba, intentó levantarse y moverse penosamente hacia ellas...

—¡Yaritza, hasta cuándo vas a seguir actuando?!

Diego, furioso, se acercó con paso firme y sus brillantes zapatos de cuero aplastaron las pastillas, pisando también la mano de Yaritza.

Yaritza sufría espasmos de dolor, su respiración era caótica y luchaba por respirar, pero el dolor la mantenía extrañamente lúcida. Era esta lucidez la que le hacía sentir profundamente la crueldad de este hombre.

Diego se agachó, sujetando su mandíbula, y dijo fríamente:

—Antes de que mi tío llegue a la mansión, limpia toda esta sangre del suelo. De lo contrario, las consecuencias serán más de lo que puedes soportar.

Tras decir esto, se dio la vuelta y se fue, sin mirarla ni una vez más...

En estos cinco años, ¿acaso él realmente la había notado alguna vez? Fue ella quien se aferró ciegamente, insistiendo en casarse con él.

Fuera de la puerta, Diego hablaba por teléfono preguntando por la situación de Teresa, con palabras apresuradas y llenas de preocupación.

Luego, se escucharon pasos apresurados alejándose, mostrando cuán preocupado estaba por su primer amor.

Vaya vaya.

Ella se rió de sí misma con sarcasmo, intentando recoger las pastillas trituradas, pero no tenía fuerzas...

—Alguien... ayúdame...

Poco a poco, su respiración se volvía más difícil, y su conciencia, borrosa...

De repente, la puerta se abrió y una silueta apareció contra la luz.

¿Había vuelto él?
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