A David se le llenaron los ojos de lágrimas en un segundo.
— Esposa... antes estábamos bien, ¿no?
En el tiempo que andaba hipnotizado y sin recuerdos, nos llevábamos de maravilla.
— Dijiste que ibas a esperarme, que cuando me recuperara de las piernas, tal vez pensarías en volver conmigo.
— ¡Acepté ese trato porque no me quedaba de otra!
— ¡Lo hice por ti, esposa...! — dijo con cara de dolor.
Él sentía que como me había salvado, yo debía quedarme a su lado. Pero la verdad es que, aunque me haya salvado, todo este desastre empezó por su culpa.
— David, no esperes que te agradezca por haberme salvado. Todo esto me pasó por tu culpa.
— Si estás tan molesto, rompe el trato, deja que ella me encierre otra vez, y yo veré cómo salgo. No hace falta que te sacrifiques por mí.
Ya le dije a mi abogado que buscara otra opción, y ya me respondieron. Si acepto trabajar en su laboratorio, me sacan sin cargos.
Todavía me acuerdo cuando fui detenida por primera vez. El maestro me dijo algo que se me qu