Yo sabía que él no quería que lo apuñalara de verdad. Solo quería que dudara, que me asustara y que, al final, mi corazón se ablandara. Era su truco de siempre. Cada vez que hacía algo que me molestaba, usaba la misma estrategia: o se hacía el lastimado para que lo golpeara y me desahogara, o se lastimaba a propósito para que me preocupara por él y olvidara lo que había hecho.
Él seguía siendo el mismo de siempre. Pero yo… Ya no era la misma de antes. Me reí con indiferencia y di un paso atrás, alejándome de él.
—¿Apuñalarte? ¿No es eso un delito?
—David, ¿puedes dejar de dar tanta lastima por un segundo?
—Si de verdad eres un hombre con el par de bolas bien puestas, si de verdad te sientes culpable… Dejémoslo todo claro, firmemos el divorcio de una vez y terminemos con esto.
—Deja de fingir que tienes amnesia. Deja de jugar estos juegos infantiles.
No sé por qué, pero cuando dije «fingir amnesia», algo en David se movió. Como si… como si en algún momento, él mismo le hubier