Salí de la empresa con mi séquito siguiéndome de cerca, como sombras bien entrenadas. Sentía el brazo que Credence me había tocado como si me lo hubiera quemado… y lo odiaba.
Lo detestaba con cada parte de mí.
Odiaba que, después de todo, aún tuviera ese poder sobre mí. Que una simple caricia de él lograra descolocarme, sacudirme por dentro, aunque no quisiera aceptarlo.
Pero a pesar de ese asco, estaba feliz.
Lo había logrado.
El veneno ya estaba puesto sobre la mesa. Y solo tenía que esperar a que todos, uno por uno, lo bebieran.
No sospecharon nada. Cada palabra, cada gesto, fue justo como lo planeé. Todo se desarrolló según el plan que tejí durante años.
—¿A dónde, señora? —preguntó Clayton, mi guardaespaldas.
—Llévame donde Olimpia —dije sin mirar atrás.
Él asintió sin hablar, como siempre. Minutos después estábamos estacionados frente al departamento de mi amiga.
Apenas Clayton abrió la puerta del auto, salí sin dudar. Caminé con paso firme hacia la entrada. Apenas toqué la puer