Había ciertos momentos en la vida que podían verse en cámara legendaria como en una película, y para desgracia de Cesare, sucedió en el peor momento posible. El hombre daba vueltas por el salón bailando con una de sus queridas hermanas, cuando alguien percibió un olor a humo procedente de los establos. Rápidamente, un grupo de personas comenzó a moverse hacia el exterior de la mansión mientras murmuraban algo. Y Cesare no tardó en abandonar los brazos de la joven para averiguar qué ocurría en el exterior. –
– Quédate aquí y protégete. – Ordenó a su hermana.
Sonaba extraño, pero su corazón anticipaba alguna tragedia que aún no había sido capaz de imaginar.
– Sí, hermano. – respondió ella, siempre obediente.
Cesare Santorini salió más rápido que un trueno. No sabía por qué, pero ya estaba enfadado. Cuando por fin se abrió paso entre la gente y atravesó la puerta de entrada, al hombre nervioso se le helaron los pies en el suelo durante unos instantes.
¿Por qué estaba ardiendo el establo