Cesare sintió que abrazaban su cuerpo y supo que no era quien él quería que lo hiciera. Aun así, sonrió ante el afecto porque su necesidad ya había llegado al límite y solo necesitaba un poco de contacto humano.
Sara sonrió como solía hacerlo, y los recuerdos de aquella época surgieron casi de inmediato en la mente del hombre alto del balcón de la mansión.
– ¿Estás bien? Pareces muy pensativo.
– Sí, estoy bien.
– He estado pensando en lo mucho que te echo de menos...
– Sí...
– Y he sido una buena mujer, ¿no?
– Has... Lo has sido.
– Así que me he estado preguntando si tal vez podría volver a nuestra habitación. Te echo de menos...
– ¡No pasa nada!
– ¿De verdad?
– ¡Realmente!
– Estupendo. Haré que las criadas se lleven mis cosas.
– ¡No! ¡Tú lo harás! Coge todas las cosas tú mismo y llévalas arriba.
Los ojos de la mujer se abrieron furiosamente, pero él no pudo verlo. ¿Por qué se había mostrado tan hostil con ella últimamente? Respiró hondo, tratando de calmarse.
– Por supuest