Me gustaría poder deciros que se me pasó, que volvimos a ser amigos, que volvimos a hablar después de aquello, que al menos… aún nos hablábamos. Pero si os dijese algo de esto, os estaría mintiendo.
Él no volvió a hablarme después de ese día, y yo tampoco lo hice. Ni un mensaje, ni una llamada, ni un hola cada una de las veces que nos encontramos por la calle, tan sólo éramos dos desconocidos, y ya no quedaba nada sobre el cariño que nos teníamos, o al menos, así era la teoría.
Nuestro repetido error tan sólo había sido una despedida, la guinda que coronaba al pastel.
Me quedó claro, tras seis meses de absoluto silencio, que todo había terminado. Pero eso no hacía que doliese menos, y por más que intentaba cerrar aquel capítulo de mi vida y encerrarlo en un cajón que nunca, jamás abriría, no podía lograrlo. Era como si aún quedase algo por hacer, pero yo ya no quería hacer absolutamente nada.
Las cosas habían cambiado demasiado, en aquel momento vivía con Marta y Alfonso en el piso de este, y tenía que aguantar el constante tonteo de aquellos dos, que se llevaban como el perro y el gato, aunque era más que obvio que había una fuerte atracción sexual entre ambos.
En el trabajo las cosas habían mejorado bastante, aunque mi jefe seguía siendo un capullo con todas las mujeres a las que se tiraba, conmigo era todo un encanto.
Mis relaciones sentimentales… bueno, no tenía absolutamente ninguna, algún amigo que conocía en alguna aplicación de citas, que terminaba tirándomelo alguna que otra vez, pero nada más. Creo que había algo que me impedía avanzar de esa forma que necesitaba, y ese algo era el miedo. Miedo a ser rechaza de nuevo, a confiar en alguien y ser tratada de manera similar a como lo hizo Salva. Miedo a enamorarme, a sufrir de nuevo por amor.
Asentí y me levanté de un salto, saliendo de su oficina, para llegar a mi escritorio, sacar la agenda del cajón, disponiéndome a volver a la suya, pero alguien me interrumpió antes de haberme puesto en marcha. Era Carla, una de las chicas de recepción.
Sonrió al verme, caminando hacia mí con aires de superioridad, justo como ella era, hija de un político rico, del que no daré su identidad, pues no se merece aparecer en estas hojas sólo porque su hija, malcriada, fuese una insolente.
Me miró, enfadada, para luego sonreír, con ironía, justo antes de darme una bofetada que resonó en toda la oficina. Fue tan sumamente fuerte, que me giró la cara con ella, incluso me rompió el labio al impactar este con mis dientes.
Aquella mujercita me miró por encima del hombro, para luego caminar, con elegancia hacia mi jefe, entrando en su despacho, mientras este cerraba la puerta tras ellos.
La mañana continuó sin altibajos, hasta que aquella tipa abandonó el despacho de mi jefe, a gritos, y se detuvo frente a mí, con una mirada asesina que no comprendía. Pero tan pronto como mi jefe apareció, y ella le miró, se marchó, sin tan siquiera decir una sola palabra más.
- Laura – me llamó él, que lucía algo exasperado tras su conversación con la rubia, mirando con fijeza hacia mi labio cortado – a mi despacho, tenemos que repasar las citas.
Agarré la agenda del cajón y le seguí hacia su despacho, me senté frente a él, al otro lado del escritorio, y abrí la agenda por ese día en concreto.
- Siento lo de Montse – se disculpó cuando yo había abierto la boca para empezar a hablar – tenía la ligera idea de que había algo entre nosotros, por eso ella…
- ¡Qué tontería! – me quejé, molesta con aquellas palabras, porque jamás en la vida se me ocurriría tener algo con Borja. Primero que nada, porque era mi jefe, y segundo, porque era un cabrón con las tías. Su mirada fija en la mía me desconcertó hasta tal punto que olvidé que era lo que hacía allí.
- Las citas del día – pidió, bajando la mirada, obligándome a que mi mente volviese a su despacho, centrándome por completo en el trabajo.
- A las once tienes cita con Sonia Anjaro para discutir sobre su caso, a las doce y media reunión con Manu en el despacho de juntas, a las dos, comida con sus padres en “La mafia se sienta a la mesa”. Eso es todo – le dije, pues era obvio que aquella tarde no teníamos que trabajar, era sábado y sólo abríamos por la mañana, como consecuencia de que el lunes era día de fiesta.
Cerré la agenda, tras dedicarle una sonrisa, e hice el amago por levantarme de la silla, cuando el habló.
- Iré a cenar esta noche – me dijo, obligándome a mirarle, porque yo ya conocía aquella información, pues había estado presente cuando Alfonso le invitó a cenar para celebrar su cumpleaños, incluso sospechaba que Salva estaría allí. Sería difícil para mí, por eso me obligaba a no pensar demasiado en ello – siento si te hago las cosas difíciles estos días, en la oficina.
- Yo no me quedaré mucho tiempo – le dije, refiriéndome a la cena, porque me era incómodo hablar sobre nuestra relación extraña en la oficina – Marta y yo saldremos a tomar unas…
- Salva y Sonia estarán allí – declaró, haciendo que mi corazón doliese al escuchar aquello que ya sospechaba – por eso no te quedarás mucho tiempo.
- Tengo que volver al trabajo – le corté, dejando claro que no quería hablar sobre temas personales, en aquel momento.
Me pasé la mañana enfrascada en la contabilidad de la empresa, teníamos que cuadrar los gastos con los ingresos, y aquello era un verdadero caos, porque Manu, que era el que se encargaba de las cuentas, había perdido la mitad de los recibos.
Cuando Borja salió de su oficina, listo para reunirse con sus padres, yo estaba que me tiraba de los pelos. ¡Por Dios! ¿Cómo iba a cuadrar todo aquello sin nada que lo corroborase?
Casi media hora después de eso, Manu me incitaba a que me marchase a casa.
Decidí dejar todo aquello de la contabilidad para retomarla el martes, apagué el ordenador, recogí mis cosas y me marché con él en el ascensor.
- Laura – me llamó, cuando casi habíamos llegado abajo, haciendo que le prestase atención, despreocupada – hace tiempo que quería darte las gracias por todo tu trabajo y ayuda – me sorprendí bastante al escuchar sus palabras, pues él no solía ser la típica persona que soltase cumplidos a la ligera – sobre todo… agradecerte por mi hermano.
- Soy yo la que debería de estar agradeciéndote, Manu – le dije, porque aquella situación me hacía sentir realmente incómoda – por darme esta oportunidad, por este trabajo, por vuestra paciencia y …
- Gracias por encauzar a Borja – me interrumpió, cuando el ascensor llegó a nuestra planta, y ambos nos bajamos de él – lo digo de verdad, Laura – se quejó, obligándome a detenerme en el pasillo, a escasos pasos de la puerta, para mirar hacia él – mi hermano era insoportable antes de llegar tú – declaró, haciéndome bajar la cabeza, avergonzada – Sólo quiero que supieses, que no estoy en contra de las relaciones en el trabajo.
- ¿Qué? – fue lo único que pude decir al darme cuenta de que era lo que él estaba presuponiendo - ¡No hay ese tipo de relación entre tu hermano y yo! – me quejé, haciendo que él sonriese, divertido.
- ¿Lo he confundido? – preguntó, algo abochornado, haciéndome reír con ello - ¡Vaya! Lo siento mucho, Laura.
- No te preocupes, hombre – le calmé, para luego seguir caminando, con él a mi lado hasta salir del edificio.