52. No quiero aceptarlo
Sus ojos brillaban por la expectación de que gritara o hiciera algo. Decidí ignorarla. Moví mis ojos hacia quien era el causante de todo: Dante. Él se dio la vuelta y nuestros ojos se encontraron. Vi pavor en ellos. No pareció esperar que llegara en ese preciso momento. Tragó con dificultad, provocando que su manzana de Adán se moviera. Movió su silla hacia mi dirección; yo, por el contrario, di un paso hacia atrás.
—Louisa, ¿no leíste mi mensaje?
¿Mensaje?
Como idiota, saqué mi teléfono, al cual le quité el modo de trabajo. Solo bastó un segundo para recibir su mensaje con un “Por favor, no llegues a casa hasta la noche. Te explicaré después”. No debió ser nada, pero interiormente comencé a reírme de manera irónica. Claro, no quería que viniera para no ver lo que ya temía. Levanté la mirada y me obligué a no expresar ninguna emoción.
Al final, volví a ser el segundo plato.
Un golpe en mis entrañas fue suficiente para hacerme recordar que mi destino sería estar en un círculo vicioso.