Maxwell llegó al jardín de infantes justo a tiempo para recoger a los trillizos. Al abrir la puerta, se encontró con los tres niños, que al verlo se iluminaron de emoción.
Kensington se sentía igual de emocionado al verlos al fin.
—¡Papá! —gritaron al unísono, corriendo hacia él con los brazos abiertos.
Maxwell los abrazó con fuerza, dándoles con cariño aquel adoso dulce.
—¿Están listos para ir a un lugar genial? —inquirió, sonriendo mientras los miraba a los ojos.
—¡Sí! —respondieron Ariadna, Arthur y Maximiliano, saltando de alegría.
—Vamos al parque de diversiones —anunció Maxwell, y los niños estallaron en gritos de emoción.
El trayecto hacia el parque estuvo conversando con ellos.
—Papá, hoy hice una amiga. Es una niña muy dulce como yo.
—¿De verdad? Eso me parece maravilloso, Ariadna. Los amigos siempre serán importantes en la vida. A ver, ¿como les fue a ustedes, niños?
—Nos ha ido bien, papá —mencionó Arthur —. Es muy divertido.
—Yo también me dive