Candice siente que su vida está patas arriba. Por un lado, está Giovanni Mancini, su jefe, un hombre tan atractivo y seductor que parece desarmarla con una sola mirada. Pero hay un problema: él está casado, y ella también. Por otro lado, está Marcus Douglas, su esposo, cuya agresividad e infidelidades han transformado el amor que alguna vez le tuvo en miedo y desconfianza. Y como si no fuera suficiente, descubre que Giovanni no busca algo real con ella. Él solo quiere convertirla en su amante, su secreto. Para él, Candice no es más que una tentadora distracción para llenar el vacío de su vida. Candice sabe que no puede seguir así. Debe decidir si se arriesga por un deseo prohibido o encuentra la fuerza para liberarse de todo lo que la mantiene atrapada. ¿Será capaz de tomar las riendas de su vida y luchar por su felicidad a pesar de sus errores?
Leer más* CANDICE *
—¡Propongo un brindis!
Todos quienes rodeaban la mesa, guardaron silencio cuando el gran jefe se puso de pie, y solicitó la atención de todos sus subordinados.
Bebí un pequeño trago de mi copa de vino tinto, en cuanto mis ojos recorrían al grupo con el que convivía esta noche.
Billy y Roger, dos pequeños y regordetes sujetos del equipo «A» del departamento de desarrollo, soltaron alaridos de júbilo, que pusieron en evidencia cuan pasados de copas ya estaban.
El jefe elevó una ceja en dirección a ambos sujetos, quienes, a pesar de su grado de intoxicación, captaron la orden implícita en aquel pequeño y firme gesto.
El hombre que lideraba esa mesa, era el responsable de firmar sus cheques a final de mes, así que se reincorporaron en sus asientos, y cerraron la boca.
—Julian, Becky y Sofía, del equipo «D», han hecho un excelente trabajo con la campaña publicitaria para nuestros clientes de Lexo Airlines, ¡felicidades! —exclamó con una pequeña sonrisa de complacencia en sus labios.
Nuestras vidas se basaban en hacer feliz al señor Mancini. Ver esa sonrisa en su rostro era sinónimo de que un ambiente laboral repleto de tranquilidad y grandes oportunidades se asomaba a la vuelta de la esquina.
Los tres mencionados elevaron sus copas de vino con ligeros sonrojos en sus mejillas, excepto Julian, un hombre caucásico de casi cuarenta años, quien estaba tan rojo que parecía a punto de explotar.
Hubo muchos elogios, algunos más sinceros que otros, pero, todos parecían complacer al silencioso pero letal Giovanni Mancini.
Llevé uno de mis mechones rubios detrás de mi oreja, luego de notar como mis ojos volteaban en su dirección cada cinco segundos.
¡Jesús, María y José!
El sujeto era como un accidente de tránsito, ya que, por mucho que te propusieras no mirar, terminabas haciéndolo, y de manera muy atenta.
No pude evitar sonreír de soslayo, cuando una de mis colegas me susurró al oído que el señor Mancini esta noche llevaba esa camisa violeta que le quedaba como un guante.
La audacia que tuvo ese hombre al sacarse la americana del elegante traje negro que usó para esta ocasión, luego de terminar la cena… Cielos, por poco babeo sobre los restos de mi filete.
Su imponente porte, sus hombros anchos y su cintura estrecha, jamás fallaban en captar las miradas de todos a su alrededor, pero, no tanto como su hermoso rostro de pómulos altos y barbilla afilada.
El hombre era jodidamente caliente, y yo ya podía sentir la humedad bajo mi ropa interior, como cada vez que mi mente era invadida por él.
Apreté mis muslos bajo la mesa, y fingí mirar mi celular para no llamar la atención de nadie, en especial, no la suya. Pero, una vez más, levanté mi mirada, y esta dio de lleno con aquellos ojos azules que me observaban con la intensidad de mil soles.
Abrí tanto mis ojos de la impresión, que, posiblemente, ese fue el motivo por el que apartó la mirada y se integró a la conversación que el director de Recursos Humanos mantenía con algunos colegas.
Sentí mis mejillas arder ante la posibilidad de que el señor Mancini me hubiese atrapado mirándolo de forma tan viciosa.
Maldición...
Tomé mi copa de vino y bebí todo el contenido de un trago. Tenía la esperanza de culpar al alcohol por mi extraño comportamiento, al final de cuentas, no era la única en esa mesa que ya llevaba sus copitas de más.
Sofía, una de las homenajeadas de esta noche, ya empezaba a reírse un poco más alto que de costumbre. Respiré profundo, para, posteriormente, exhalar todo el estrés de mi cuerpo.
Mis ojos se dirigieron al anillo de oro en mi mano izquierda. Jugueteé con este, tentada a quitármelo y echarlo dentro de mi copa de vino, pero no lo hice.
Jamás hallaba el valor de hacerlo.
Observé la mano izquierda del señor Mancini, en particular, aquel dedo en el que lucía una bonita argolla dorada como la mía, pero, la otra mitad de ella, se hallaba en su hogar, en el dedo anular de una bonita mujer italiana que le había robado el corazón hace más de cinco años.
Lo que eran las ironías de la vida.
Llegué a esta empresa hace tres años, después de ser despedida por culpa del hombre que escogí como esposo. Justo cuando creía que podría dejar el pasado atrás y enfocarme en mi matrimonio y mi carrera, apareció este hombre extraordinario, instalándose en cada rincón de mi mente.
Sentí una atracción fulminante.
Los románticos lo suelen llamar: "Amor a primera vista”, pero algo como eso no existe.
En ese momento, sentí como mis pupilas se dilataron y mi corazón se aceleró como nunca antes lo había experimentado en mi vida. Pero, fue el pasar del tiempo y nuestra convivencia como jefe y empleada, lo que fue desarrollando en mí un inapropiado amor platónico por él.
Un sentimiento no correspondido, pero que llenaba de ilusión mis días.
Tomé mi copa vacía y me serví más vino.
Repetí ese proceso unas cinco o seis veces más, antes de sentir una mano sobre mi hombro.
Lo primero que vi cuando mis ojos se despegaron de mi copa, fue que ya no había nadie en la mesa. Vi al último de mis colegas que se puso de pie, y se arrastró hasta la salida donde una de sus compañeras de equipo lo esperaba.
Claramente, todos nos pasamos un poco con los tragos gratis.
Eché mi cabeza hacia atrás para agradecerle al pobre mesero que tuvo la delicadeza de despertarme para que me marchara.
Parpadeé varias veces para aclarar mi visión borrosa. Mis párpados ardían, pero me sentía liberada. Pronto, enfoqué el rostro que me miraba de forma imponente a más de medio metro sobre mi cabeza. Cuando reconocí de quién se trataba, hasta se me aclararon las ideas. Esos ojos azules, a los que les había dedicado tantas noches de soledad, me observaban severos.
No lo culpo, debo lucir deplorable.
—Candy, ya bebiste demasiado, ¿quieres que llame a un taxi? —dijo, o eso creo, pues, para ser honesta, fue su tono de voz, todo en lo que podía pensar.
Debería ser ilegal sonar tan sexy.
Debería calificar como delito el rondar por mi mente las veinticuatro horas del día, y los siete días a la semana.
—Oh... señor Mancini...
4 años después | New York.El mesero se acercó a mi mesa con un delicioso macchiato. Agradecida, tomé un sorbo mientras continuaba tecleando en mi laptop, organizando mi agenda para el resto de la semana.Esta cafetería era un refugio acogedor para mí, un lugar al que había venido fielmente desde que conseguí mi empleo en el área de Marketing de una reconocida editorial de moda en la ciudad.El aroma del café recién hecho se mezclaba con el suave murmullo de las conversaciones a mi alrededor. Era un lugar donde podía sumergirme en mi trabajo y, al mismo tiempo, disfrutar de la energía vibrante que emanaba.Desde mi rincón preferido, podía observar a las personas entrar y salir, cada una con su propia historia y propósito.Los estudiantes se agrupaban en mesas, compartiendo risas y apuntes, mientras que los profesionales aprovechaban el ambiente tranquilo para reuniones informales.Mi teléfono sonó y vi en l
*GIOVANNI*Ha transcurrido un mes desde el día del juicio, y desde entonces muchas cosas han cambiado para mí.Me encontré frente a decisiones que nunca pensé que tendría que tomar; la primera fue abandonar el lugar que solía llamar hogar, ahora era solo una sombra de lo que fue cuando Antonella aún estaba a mi lado.Decidí mudarme finalmente al apartamento vacío que en su momento ofrecí a Candice. Para mí, fue una elección necesaria para comenzar a salir del oscuro agujero en el que se había convertido mi vida.Los primeros días me refugié en el alcohol, y cuando me di cuenta que eso jamás haría que mi esposa regresara a mi lado, tiré todo el contenido de las botellas por el desagüe.Tras renunciar a la idea de regresar a la compañía familiar, me vi obligado a buscar un nuevo rumbo profesional. Hablé con un viejo colega y él se ofreció a enseñarme todo lo que necesito saber para incursionar en el mundo inmobiliario.<
*CANDICE*A medida que me acercaba a la sala del tribunal, podía sentir la tensión en el aire.Los murmullos de la gente se mezclaban con el sonido de los pasos apresurados de los abogados y funcionarios judiciales. Traté de bloquear todo ese ruido y centrarme en mi tarea.Una vez dentro de la sala, tomé asiento en la fila de testigos y esperé mi turno. Marcus tomó asiento a mi lado y me tranquilizó ver que no había muchos asistentes a la audiencia.—Me sorprende que no haya reporteros en la sala —comentó Marcus con asombro en su voz—. Llegué hace una hora, cuando Antonella y sus padres arribaron y todo era un caos.—Uno de los miembros del equipo de defensa de Antonella pidió que el juicio no se tornara un circo mediático —añadí—. El señor Romano quiere alejar a su hija del esc&aacut
*CANDICE*—Dime la verdad, Candice, ¿estás embarazada? —su voz resonó en la cocina.Caminé hacia él y tomé las imágenes en blanco y negro que sostenía en sus manos. La idea de que viera a mi bebé me incomodaba, pero no podía escapar de su mirada inquisitiva.—Ese no es asunto tuyo —respondí con firmeza, tratando de mantener la compostura. Pero él no se dejó disuadir.—Sí, lo es —dijo, mucho más calmado de lo que esperaba—. Porque ese bebé podría ser mío, así que, por favor, responde.La ira que trajo consigo cuando llegó a mi casa hace unos momentos desapareció repentinamente, como si se hubiera esfumado en un instante. Su tono de voz también cambió, revelando una nueva faceta en él.Al parecer, la idea de convertirse en padre le llenaba de ilusión. Tal vez nunca se lo había planteado antes, pero ahora que veía la posibilidad ante sus ojos, parecía decidido a no dejarla pasar.Suspiré profundamente, sintiendo
*CANDICE*Mis ojos se posaron en las imágenes en blanco y negro que sostenía entre mis manos. Era increíble cómo algo tan pequeño podía llenarme de tanta alegría y esperanza en medio de toda la confusión y el caos que había experimentado en las últimas horas.Esta mañana, después de dar mi segunda declaración en la comisaría en beneficio de Antonella, decidí visitar a mi doctor para revisar el estado de mi embarazo. Sabía que necesitaba algo de paz y tranquilidad después de todo lo sucedido.El médico me había dado las primeras imágenes de mi bebé, apenas una pequeña mancha de no más de 4 milímetros en la ecografía. Pero para mí, era todo. Era mi luz en la oscuridad, mi razón para seguir adelante.Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras contemplaba esa pequeña vida creciendo dentro de mí.Sabía que el camino por delante sería difícil, pero también sabía que no estaría sola. Tenía a mi bebé, y eso era todo lo que importaba.Con una sonrisa en mi rostro, dejé las imágenes sobre la mes
*GIOVANNI*Entré a la comisaría con el corazón en un puño, y la Tablet aferrada a mi mano sudorosa.La sola idea de ver a mi hermosa esposa detrás de unas rejas me partía el corazón. Sin embargo, apenas crucé el umbral, una nueva preocupación se materializó frente a mí al instante: el rostro furioso de mi suegro.Él me recibió con un desprecio palpable en sus ojos.Estaba acostumbrado a que el padre de Antonella me tratara con la punta del pie, pero en esta ocasión, su desprecio había desbordado todos los límites.—Será mejor que te largues, pedazo de basura. No tienes nada que hacer aquí después de haber dejado sola a mi hija toda la noche —me espetó con frialdad, sus ojos parecían a punto de saltar de sus cuencas de la rabia—. ¡Maldito desgraciado!Un hombre de traje se acercó a mi suegro y en voz baja dijo algo para apaciguar su furia. Tragué saliva, intentando mantener la compostura ante su furia.—Antone
Último capítulo