POV John
Salgo del despacho de mi abuelo con la garganta seca y un zumbido en los oídos. ¿Y si tiene razón? No, me niego a creerlo. Cassandra me ama. Lo ha demostrado una y mil veces. En las pequeñas cosas, en los detalles cotidianos, es atenta, amable, Me cuida, me escucha, y me sostiene. Esto no es por desconfianza. Es por demostrarle a mi abuelo que se equivoco con ella. Si tengo que pasar por esta farsa para callarle la boca, entonces lo haré. No por ego, sino por amor. Mientras atravieso el pasillo principal de la mansión, una figura familiar se cruza en mi camino. —¿Todo bien, mi niño? —pregunta mi abuela con su sonrisa cálida. Me toma de la mano con cariño —. No tomes en cuenta a tu abuelo —dice, como si pudiera leerme—. Él siempre ha confundido control con sabiduría. —Lo sé, abu. No te preocupes, todo va a salir bien —le respondo, devolviéndole el gesto con un beso en la frente. —¿Estás seguro? La forma en que lo pregunta me deja una punzada. Como si en el fondo supiera que estoy a punto de cometer un error. —Sí —miento—. Claro que sí. Salgo a la noche fresca con el peso de sus palabras resonando en mi espalda. Y entonces ocurre, esa sensación. Un escalofrío. Como si algo se rompiera sin que pueda verlo, como si una grieta invisible se abriera justo bajo mis pies. Sacudo la cabeza. Debe ser la energía de mi abuelo. Él siempre deja un rastro de duda en cualquier habitación que pisa. Cassandra jamás me haría daño, jamás. Me repito esa palabra como un mantra mientras atravieso el jardín, subo al auto y arranco el motor. Conduzco sin pensar, como si mis manos supieran el camino aunque mi mente esté enredada en dudas. ¿Y si estoy equivocado? No, no lo estoy. Ella me ama, yo la amo. Pero cuando llego a casa y cruzo la puerta, me doy cuenta de que estoy ansioso. No de verla, no solo de eso. Estoy ansioso por comprobar que aún es ella, que nada ha cambiado. —¡Cassandra! —llamo, casi con urgencia. Y entonces aparece. Baja las escaleras con uno de mis suéteres puestos, su cabello recogido de forma descuidada y una sonrisa que me parte el pecho. Se lanza hacia mí y me envuelve con sus brazos como si el mundo no existiera afuera. —Amor, te estaba esperando. ¿Cómo te fue con el abuelo? —Bien —respondo, sin convicción, y la beso en la cabeza—. Vamos a dormir. Ella no pregunta más. Me toma de la mano y caminamos hacia el dormitorio en silencio. Ya en el cuarto, me deshago de la ropa y entro a la ducha. El agua fría cae con fuerza, anestesiando mi cuerpo, intentando silenciar lo que hay dentro. ¿Y si no pasa la prueba? ¿Y si mi abuelo tenía razón? ¿Y si todo esto… es una mentira que me quise creer? Salgo con el corazón acelerado. Me seco lentamente, como si cada movimiento fuera una decisión en sí misma. Me visto en silencio. Cassandra está acostada, distraída con su celular, sin sospechar nada. Y ahí, en ese instante, me doy cuenta que debo hacerlo. Tomo el teléfono y escribo: —Necesito tu ayuda para un trabajo. Es urgente. Lo envío. El sonido de entrega es definitivo. Cierro los ojos, ya está hecho. No hay vuelta atrás.