John Anderson estaba en su oficina, en el último piso de la torre que llevaba su apellido. Las paredes de vidrio ofrecían una vista panorámica de la ciudad, pero él ni siquiera las miraba. Estaba absorto, tamborileando los dedos sobre el escritorio mientras su whisky se calentaba entre las manos.
La puerta se abrió. —Doctor Thomas Shawn —anunció la secretaria, antes de apartarse para dejar pasar a un hombre de jeans oscuros, y chaqueta de cuero. —Thomas —dijo John, levantándose—. Qué gusto verte. Pasa, siéntate. —Lo mismo digo —respondió el médico, dejándose caer en el sillón frente al escritorio—. Cuéntame, soy todo oídos. John se acercó al minibar, sirvió whisky hasta el borde del vaso y giró con media sonrisa. —¿Te sirvo? —No, gracias. Aún tengo media jornada y una pila de pacientes que creen que están muriendo por culpa del estrés. Me encargaré de ellos... sobrio. John asintió y bebió de un solo trago. No hizo ni una mueca. —Mi abuelo —comenzó con el vaso aún en la mano—. He hecho una apuesta con ese jodido viejo. —¿Una apuesta? —Thomas arqueó una ceja con desconfianza. —Así es. No soporta a Cassandra, está convencido de que solo está conmigo por dinero o estatus. Desde el día uno ha querido separarnos. Thom cruzó los brazos. Si era sincero, tampoco era fan de Cassandra. Rubia imitación de Barbie. Siempre le pareció demasiado buena para ser real. —No entiendo de dónde sacó esa estúpida idea —murmuró John, sirviéndose otro vaso. —¡Eh! Deja de beber como si fueras a anestesiarte y habla de una vez. —Es que no puedo decirlo sin que suene una completa locura —bebió de nuevo—. Mi abuelo quiere que finja ser ciego. El silencio duró cinco segundos exactos. Y luego, una carcajada tronó en la oficina. —¿Es una broma, cierto? Pero el rostro de John permanecía igual: serio, tenso, sombrío. Thomas dejó de reír. —¿Estás loco? —Un poco, pero él lo está más. Cree que si pierdo la vista, veré su "verdadero rostro". Cree que Cassandra me dejará si dejo de ser útil, y poderoso. Thomas se frotó la cara con ambas manos. A pesar del disparate, una parte de él… empezaba a entender. No a justificar, pero sí a entender. —¿Y cómo piensas lograr algo así? John lo miró con intención. —Con tu ayuda. —¡Oh, no! A mí no me metas en esto —el aludido se levantó, retrocediendo un paso. —Eres un médico reconocido. Estás en todos los congresos, salvas vidas. Y, si no me equivoco, yo pagué tu carrera, tu especialización y tus primeros años de residencia. El médico suspiró con resignación. —Bien, supongamos que te ayudo. ¿Cómo piensas convencer al mundo de que perdiste la visión? ¿Y qué papel juega Cassandra exactamente? —Mi abuelo cree que, si no puedo "verla", y ella cree que he perdido poder e independencia, saldrá su verdadera esencia. Que no soportará estar con un hombre limitado. Es una estupidez, lo sé… pero necesito demostrarle que está equivocado. Thomas se sentó de nuevo, más serio ahora. —No sé si es estúpido —dijo finalmente—. Viéndolo bien… podría funcionar. Si Cassandra realmente es como tú crees, no pasará nada. Pero si es como tu abuelo cree… —¿Tú también crees que me dejaría? —No —mintió con el mismo rostro que usaba para dar malas noticias en el hospital—. Solo digo que… vale la pena ponerla a prueba. John lo observó con atención. Su expresión no lo convencía, pero prefirió dejarlo pasar. —Entonces, ¿qué opciones tengo? —Varias, pero pocas creíbles. Podríamos decir que tienes amaurosis fugaz: pérdida repentina de visión, pero suele durar minutos u horas, y solo afecta un ojo. Además, se asocia con otras enfermedades graves, y tú estás más sano que un roble. —Descartado. ¿Qué más? —Glaucoma en etapa terminal… demasiado complejo. Infecciones… difíciles de justificar. Lo más plausible sería un traumatismo ocular severo. Una lesión en ambas córneas que deje cicatrices permanentes y provoque ceguera total. John asintió. —¿Y cómo se logra eso? —Dos opciones: un accidente automovilístico o una golpiza brutal. —El accidente es demasiado visible. Haría titulares, los periodistas no me dejarían en paz. —Entonces… una golpiza. Creíble, silenciosa. Tal vez un asalto. —Perfecto, arreglaré los detalles. Tú solo prepárate para recibirme en tu clínica como si estuviera al borde de la muerte. Thomas negó con la cabeza, resignado. —Estás completamente demente. —Y tú también por ayudarme. —Dame ese whisky, ahora lo necesito. John sirvió un vaso y se lo entregó. Thom lo sostuvo unos segundos antes de hablar. —Esto va a tener consecuencias, lo sabes, ¿no? —Lo sé. Pero si con esto consigo que todos dejen de dudar de Cassandra… valdrá la pena. Brindaron. El cristal sonó suave. —Gracias amigo.Cuando todo esto termine, serás el padrino de mi primer hijo. —Cuenta con eso —respondió el médico, forzando una sonrisa. Pero en su interior pensaba que aquella movida traería un fatídico resultado.