Te encontré en la oscuridad
Te encontré en la oscuridad
Por: hadassa Paz
Capítulo 1

La sala estaba sumida en penumbra, apenas iluminada por la luz anaranjada de una lámpara de escritorio. El aire olía a cuero viejo, y tabaco fuerte.

—¡Hazlo! Si tanto confías en ella y en su amor… no te defraudará —sentenció Arthur con voz áspera, sosteniendo un puro entre sus dedos. Inhaló profundamente, y al exhalar, una nube espesa de humo envolvió su rostro curtido, mientras sus ojos oscuros no perdían detalle del gesto de su nieto.

John no respondió de inmediato. Permaneció de pie frente al escritorio, con las manos en los bolsillos y la mandíbula apretada.

—¿Crees que no sé por qué quieres que haga eso?

El anciano se encogió de hombros —. Si ya lo sabes… ¿para qué preguntas?

John soltó una risa seca, sin alegría. Aquel juego de palabras lo conocía bien, sabía exactamente como actuaba su abuelo.

—Hagamos una apuesta entonces, abuelo —propuso, alzando la barbilla con desafío.

Arthur ladeó la cabeza, curioso.

—Adelante.

—Si lo hago… y si el resultado es el que yo espero, tú la dejarás en paz. Nada de investigaciones, amenazas, chantajes. Permitirás que nos casemos, sin condiciones, si interferencias, nos darás tu bendición.

Arthur entrecerró los ojos. Por dentro, hervía. ¿Cómo hacerle entender que esa mujer no lo amaba? Que solo veía en él un apellido, una fortuna, una oportunidad. Pero conocía demasiado bien a su nieto. Sabía que cuando John decidía algo con el corazón, no había lógica que lo moviera.

—Está bien —dijo con voz baja, apretando los labios en una línea tensa—. Lo prometo.

Alzó su mano, y John la estrechó sin dudar. Un apretón firme, un pacto sellado.

—Perfecto —declaró —. Para la próxima semana, todo estará listo. Lo pondré en marcha.

Su abuelo lo observó con detenimiento, analizando el brillo de sus ojos.

—Recuerda —advirtió con voz grave—: debes actuar bien. Nadie puede sospechar. Si no eres convincente, fracasarás, y mi promesa… no será válida.

Él asintió.

—No voy a fallar.

Se inclinó y lo abrazó. Una muestra de afecto entre hombres que fueron criados para ocultar las emociones bajo capas de poder y estrategia.

—Nos vemos —dijo, encaminándose hacia la salida.

Arthur permaneció en su silla, el puro aún encendido entre los dedos.

Cuando John ya tenía la mano en la perilla, se volvió con una sonrisa cargada de ironía.

—Tú también actúa bien —le dijo—. Tienes que parecer dolido… y preocupado.

—Se nota que no me conoces del todo, muchacho —murmuró, dándole una calada final al puro—. Si no fuera un magnate… habría sido un actor con más premios Oscar que Al Pacino.

John rió por primera vez con sinceridad, y finalmente se marchó, cerrando la puerta tras de sí.

Arthur quedó solo, rodeado por las sombras, el humo, y el peso de una verdad que ni siquiera su nieto estaba listo para aceptar. Apagó el puro contra el cenicero de mármol, y durante un segundo… dudó, un segundo apenas.

Luego volvió a la calma. La guerra había comenzado, y él no perdía apuestas.

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