Camila se quedó estupefacta.
No esperaba que él no la cuestionara, que incluso estuviera dispuesto a asumir las consecuencias por ella. Por un instante, su corazón se vio invadido por una oleada de emociones encontradas, un huracán imposible de descifrar.
—¿Y tú? ¿Cómo vas a explicárselo a tus padres… y a tu abuela? —preguntó Camila con la voz apenas audible, cargada de inseguridad.
Al ver esa expresión cautelosa en la cara de Camila, Pedro sintió un apretón en el pecho.
Ya había revisado los documentos que Arturo le había enviado, y la rabia lo había consumido durante un largo rato.
No estaba furioso con la familia Morales por intentar sustituir a la novia con otra persona para cumplir el acuerdo. Lo que realmente lo enfurecía era cómo habían tratado de cruel a Camila, su hija de sangre.
Y, sobre todo, porque Camila no era una extraña para él. Era la muchacha que había ocupado su corazón desde hacía más de una década. Había esperado pacientemente este momento, decidido a hacerla su es