Camila rodeó a Anita con un brazo y le acomodó el flequillo desordenado mientras escuchaba a la madre de la niña elogiarla.
—¡Ay, mira nada más los gustos de esta pequeña! Seguro que fuiste tú quien lo eligió, ¿verdad, Camila? Conozco bien a Pedro, y él jamás habría acertado tan bien en un regalo para Anita. La última vez le regaló un libro de ejercicios de matemáticas… y antes de eso, ¡un curso de baile! Anita se enojó tanto que no le habló en dos meses —contó la mujer entre risas.
Al escuchar esto, Camila giró para mirar a Pedro, sus ojos reflejaban sorpresa. Durante esa semana, Luisa la había llevado todos los días al lugar de reposo para visitar a Pedro, y pasaban allí casi toda la jornada. Como ambos eran jóvenes y de temperamento apacible, habían terminado por familiarizarse sin darse cuenta. Siempre encontraban algo de qué hablar.
En la impresión de Camila, Pedro era un hombre sincero, educado, inteligente y sereno.
Esa misma mañana, cuando salieron a elegir los regalos, Pedro h