—Disculpe —dijo el hombre que llegaba hasta la recepción del tercer hospital, de cuatro, que había en esa ciudad; en los otros dos no logró encontrar a su amada—. ¿Elisa Alatorre se encuentra en este hospital? Ella iba a dar a luz.
Ante tal pregunta, la enfermera detrás del mostrador miró a otro hombre de pie junto a la barra que hacía de escritorio, y Humberto también miró a un hombre que ella miraba.
—¿Es amigo de mi hermana? —preguntó Jonás que, mientras esperaba a que sus sobrinas nacieran, había estado platicando con una de esas enfermeras del hospital donde sus dos hijos habían nacido, donde había llevado sus controles de embarazo Mayte, y también donde llevó su control prenatal su amada hermanita Elisa Alatorre.
—En realidad, no —respondió Humberto entre feliz y nervioso, feliz porque, que ese hombre estuviera ahí, significaba que al fin había encontrado a Elisa, y nervioso porque la pregunta de ese hombre le hacía darse cuenta de que, en realidad, no tenía ningún plan de acció