TENTACIÓN GRIEGA
TENTACIÓN GRIEGA
Por: Claudia Llerena
PRÓLOGO

Prólogo 

<< Lo siento, Lisa >>

<< Lamento tu pérdida >>

<< Mi más sentido pésame >>

No dejaba de escuchar esas palabras y me sentía completamente harta de todo.

Las últimas semanas habían sido como la representación de una pésima obra de teatro con actores de pacotilla. No lo entendía, o tal vez no quería entenderlo.

Mi tía Lola había sido bibliotecaria toda su vida hasta que le llegó la edad de jubilarse. Día a día conocía cientos de personas que visitaban la enorme instalación donde trabajaba; sin embargo, no se permitía el lujo de hacer amigos. Se dedicaba sin descanso a su trabajo o se perdía entre las interminables páginas de un buen libro.

Tía Lola decía que era feliz viviendo de esa forma, pero en el fondo podía apreciar en su expresión un deje de tristeza.

Lola Stevens, a sus cincuenta años, era una mujer solitaria cuyo únicos tesoros en la vida consistían en, la casita acomodada frente al mar situada en las afueras de Adelaida que había logrado remodelar con mucho sacrificio; su más que generosa pensión y el orgullo de la sobrina que había criado a su semejanza como hija propia. 

Hacía apenas tres semanas, los vecinos habían descubierto su cuerpo frío y sin vida. Hacía más de veinticuatro horas que mi tía había sufrido un ataque al corazón; pero como no recibía visitas —excepto la mía un fin se semana al mes—, no podían descubrirle antes. De hecho, en algún momento pensé que podrían haberlo hecho mucho después y la idea estremeció mi cuerpo de punta a cabo y me provocó una gran oleada de náuseas.

Mi tía había cerrado sus ojos para siempre en la comodidad de su casa, encima de su acolchonada y rodeada de sábanas de seda —tal parecía que se había sumido en un sueño eterno—…; pero sola, completamente sola. Siempre vivió en el mismo lugar, jamás disfrutó de los placeres de la vida y el único capricho que se permitió fue aquella cabaña que solo pudo disfrutar por cinco años. ¿De qué le habían servido sus sacrificios y sus ahorros si no había  podido disfrutarlos?

La muerte de mi tía había marcado un punto decisivo en mi vida. Solo tenía veinticuatro años, pero era tan formal y diligente como ella. En ese momento, me imaginé a mí misma con cincuenta años y solo podía ver el retrato de Lola Stevens… Estaba siguiendo sus pasos y si no cambiaba mi vida radicalmente, terminaría justo como ella. Y no quería ese futuro para mí. Me negaba a aceptarlo.

Comencé a hacer planes para viajar y disfrutar de las recompensas por las que había trabajado tan duramente. 

El dolor que había sentido había dado paso al furor, para luego convertirse en frustración, al darme cuenta de que yo llevaba el mismo camino que mi tía.

Trabajaba, dormía, hacía una dieta equilibrada, pero siempre comía sola. Tenía un pequeño círculo de amigos que sabían que podían contar con mi apoyo en caso de cualquier crisis. Siempre encontraba la respuesta más práctica. Nunca les agobiaba con mis problemas, simplemente porque no tenía ninguno.

Me llamaban la Bendita Lisa, la que siempre era un refugio para las tormentas.

Odiaba todo aquello y había comenzado a odiarme a mí misma. Tenía que hacer algo y tenía que hacerlo pronto. No se trataba de escapar, sino de liberarme.

Toda la vida había hecho lo que los demás esperaban de mí. En el instituto, mi timidez exagerada había hecho que me sintiera más a gusto con los libros que con mis compañeros. En la universidad, la necesidad de justificar la fe que mi tía había depositado en mí me había hecho concentrarme exclusivamente en los estudios. Siempre había tenido facilidad para los números. Había sido fácil, quizás demasiado, especializarme en esa área porque solo allí me encontraba segura.

Y en aquel momento, mirando al pasado,  me sentía indignada por mis acciones (o la falta de ellas). 

No dudé en recoger todo lo que poseía y vender desde los muebles hasta mi preciada tostadora. Dos semanas después, renuncié a mi puesto de trabajo como contable y a mi buen sueldo. Mi jefe había pensado que sufría una crisis nerviosa. Era consciente de que mis colegas y conocidos pensaban de igual forma o quizás peor. Después de todo, no era mi estilo renunciar a un buen trabajo o a un departamento situado en el mismo centro de Sydney, sin la perspectiva de otro mejor. 

Todos se habían convencido de que estaba mal de la cabeza…; pero yo no me había sentido más cuerda en mi vida.

Sabía que era una locura y eso era precisamente lo que más me gustaba.

Era ridículo, demencial, poco práctico y estaba completamente fuera de lugar. Y todo aquello me daba igual; por primera vez en toda mi existencia me sentía viva.

No poseía nada que no cupiera en una maleta. Ya no debía preocuparme por las inversiones desagradables, ni los créditos interminables, ni por los planes de jubilación. Convertí mis acciones, recogí mis cosas de la mesa del despacho y me adentré alegremente en el mundo de los desempleados.

Era libre y no tenía responsabilidades. Se habían terminado las prisas y las presiones. Adiós a los ordenadores y las calculadoras que irritaban mis ojos sin piedad. Y lo mejor de todo, ya no tenía que escuchar al molesto despertador cada mañana.

Ahora iba a descubrir a la auténtica Elisa Payton. En las semanas, o meses que me quedaban de libertad, me proponía averiguar todo lo posible acerca de la mujer que llevaba dentro.

Tal vez  no hubiera una mariposa dentro del capullo en el que me había envuelto; pero fuera lo que fuera, esperaba que me gustase el resultado y quizás incluso llegara a respetar a la desconocida que habitaba en mi interior.

Cuando se me acabara el dinero, conseguiría otro trabajo y volvería a ser la Elisa sencilla y práctica que todos esperaban. La vida era mucho más sencilla de lo que jamás había llegado a imaginar. Hasta ese momento era rica, no tenía ataduras y estaba preparada para las sorpresas.

La aventura de mi vida estaba a punto de comenzar.

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