A Isis le pareció una idea maravillosa. Sus ojos se iluminaron con entusiasmo solo con el pensamiento. Corriendo en su interior, se dirigió rápidamente hacia esa parte de sus recuerdos, un sitio al que ya había acudido antes en otras ocasiones. Mientras se acercaba, la curiosidad la llevó a preguntar:
—¿Estará el Alfa Supremo con tu lobo también? Jacking sonrió al imaginarla revoloteando entre sus memorias. Su voz, aunque algo cansada, sonó firme al responder: —Sí, mi Luna —dijo, dejándose caer nuevamente sobre la cama—. Ahora duerme tranquila. Te amo, mi Luna. —Yo también te amo, mi Alfa —susurró Isis. Su voz fue desvaneciéndose mientras su mente quedaba envuelta en los suaves recuerdos que buscó para consolarse. En pocos segundos, ya no le escuchó más; estaba sumida en el abAmet guardó silencio por un momento mientras alcanzaba un vaso de agua a su Alfa, quien seguía devorando una enorme cantidad de comida de la abundante mesa. Luego, tras tomar una bocanada de aire, se decidió finalmente a hablar: —Jacking, quiero hablarte de otra cosa... —comenzó, mientras el Alfa lo observaba con interés. Ante aquella mirada interrogante, Amet prosiguió—. Necesito tu consejo. Jacking dejó la comida de lado y le prestó toda su atención. Su Beta muy pocas veces le pedía consejos.—¿Dime, hermano? ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó de inmediato.—Es sobre mi mitad —aclaró enseguida Amet al notar que Jacking pensaba que se refería a algún problema de la manada. —¿Qué pasa con ella? —se interesó Jacking, intrigado. Era
Horacio no podía entender por qué su mitad se negaba a aceptar el vínculo que los unía y su rol como pareja de un lobo. Tanto él como su lobo, Hor, estaban al límite de su paciencia. Estaban cansados de tratarla como si fuera una simple humana. La situación comenzaba a convertirse en algo intolerable; la necesidad de hacerle comprender la verdadera naturaleza de su relación se hacía cada vez más urgente. Hor, aunque intentaba respetar la petición de la loba de Julieta para que tuvieran paciencia con su parte humana, empezaba a sentir que aquello cruzaba la línea del respeto. La idea de someterla comenzaba a rondar en la mente de ambos. —¡Somos uno! —gritó Horacio, perdiendo el control mientras su voz resonaba con la fuerza de su frustración—. ¡Julieta, me estás molestando seriamente! ¡No puedo entenderte! ¡Juro que lo intento!
Julieta se había quedado congelada en el mismo lugar donde Horacio la había dejado al desvanecerse en la nada. Su corazón latía acelerado y un miedo visceral la atenazaba sin que pudiera impedirlo. Su loba, Salet, tomó el control y la obligó a sentarse cerca de la chimenea.—¿Por qué no acabas de contarle la verdad a nuestra mitad, Julieta? —preguntó la loba Salet a su humana.—¡No puedo, Salet, no puedo! —respondió Julieta mientras se mordía las uñas, como hacía siempre que estaba nerviosa.—¿Por qué? —gruñó su loba—. ¡Estoy segura de que él lo va a entender y nos va a ayudar!—¡No! Y no se te ocurra decírselo a Hor. —Julieta amenazó mirando hacia la puerta, esperando el regreso de Horacio, pero todo seguía en silencio.—¡Nunca te
Horacio corría convertido en lobo, rodeando el perímetro de la manada con una sensación apremiante que no lo dejaba en paz. Una angustia indescriptible se apoderaba de él, un presentimiento oscuro que lo conectaba directamente con Julieta. Algo malo le estaba ocurriendo a su mitad. Lo peor de todo era que ella no confiaba en él, y esa distancia lo estaba destruyendo por dentro.Sus patas golpeaban el suelo con fuerza mientras avanzaba a toda velocidad hacia las zonas más alejadas del territorio. Y justo cuando alcanzó una de esas áreas apartadas, sus instintos lo frenaron en seco. Algo en el aire había cambiado, un hedor nauseabundo invadía sus sentidos.—¿Estás sintiendo ese olor, Horacio? —le preguntó su lobo, Hor, en un tono claro de alarma.—Sí, Hor, son vampiros —respondió Horacio con rapidez, compartiendo la misma inq
No había nada como un buen descanso acompañado de una deliciosa comida para recuperar las energías. Ese día, la nana se había superado a sí misma. Sus manos llenas de experiencia habían preparado un banquete que no solo complació el paladar, sino también el espíritu, transportándolo de inmediato a los fastuosos banquetes del palacio de su infancia. Mientras saboreaba cada bocado, una cálida sensación de nostalgia lo envolvía, recordándole esos días más simples y llenos de risas. Sin embargo, no podía demorar más. Había llegado el momento de prepararse para ver a su Luna. Se sentía renovado, vitalizado, y con determinación se dijo que esta vez pasaría más tiempo con ella. El consejo de Amet aún resonaba en su mente. A pesar de lo arriesgado que parecía, estaba convencido de que esa
El eco de su voz resonó en el despacho, dejando en el aire el peso de su decisión. Bennu asintió sin dudar, listo para seguir la orden al pie de la letra. Antes de que el Alfa pudiera continuar, Horacio dio un paso adelante, visiblemente preocupado. —Perdón, mi Alfa —dijo con urgencia—. Mi mitad, Julieta, probablemente necesite regresar a su trabajo en un par de días. Y los amigos de Netfis... ellos también tienen sus propias vidas entre los humanos. El Alfa sostuvo la mirada de Horacio por unos segundos antes de responder, con voz firme pero sin vacilar: —Los hombres no tendrán problemas. Ya lo viste, llevan una semana en el resort y nadie los ha molestado —aclaró rápidamente, haciendo un gesto para no dar pie a más preocupaciones. Luego, suavizando el tono, añadió—. En cuanto a tu mitad, Horacio, tienes mi permiso para ll
Isis estaba muy ruborizada y no podía mirar al Alfa Supremo a los ojos. Sabía que él se había percatado de que estaba realmente celosa, pero, en el fondo, deseaba saber a quién estaban elogiando. No podía reprimir los celos que la consumían.—¿Pensaste en lo que te pedí, mi luna? —preguntó el Alfa, que había ido con un objetivo ese día; no quería seguir demorando la integración de su luna completamente.Por su parte, Isis no respondió de inmediato. Levantó la mirada para observar los ojos de su Alfa, que le había hecho esa pregunta sin contestar la suya, lo cual la llenó de más recelo. ¡Mira, mi Alfa, cómo cambia el tema! Ahora sí que estaba muy celosa.—¿Qué cosa me pediste? —No recordaba en ese momento las conversaciones anteriores; estaba ciega de celos—. ¡No
Después de la última visita del Alfa Supremo, Isis se quedó aburrida y pensativa. Quería idear un plan para que él se quedara más tiempo con ella. No sabía si era correcto lo que iba a intentar hacerle a su Alfa, pero cada vez que lo veía acercarse, sentía como si sus entrañas se contrajeran. Debía tener mucho cuidado. Por lo tanto, no quería aceptar su propuesta de ser su novia. En su lugar, planeaba proponerle que fueran amigos con derechos.—¡Isis, estás jugando con fuego!— le gritó su conciencia al escuchar su plan.Desde que tenía uso de razón, Isis había conversado con la voz en su cabeza, a la que atribuía ser su conciencia. Y ahora era una de esas ocasiones en que sostenía una conversación consigo misma, lo cual era común cuando sabía que iba a hacer algo contrario a las enseñanzas.<