A Isis le pareció una idea maravillosa. Sus ojos se iluminaron con entusiasmo solo con el pensamiento. Corriendo en su interior, se dirigió rápidamente hacia esa parte de sus recuerdos, un sitio al que ya había acudido antes en otras ocasiones. Mientras se acercaba, la curiosidad la llevó a preguntar:
—¿Estará el Alfa Supremo con tu lobo también? Jacking sonrió al imaginarla revoloteando entre sus memorias. Su voz, aunque algo cansada, sonó firme al responder: —Sí, mi Luna —dijo, dejándose caer nuevamente sobre la cama—. Ahora duerme tranquila. Te amo, mi Luna. —Yo también te amo, mi Alfa —susurró Isis. Su voz fue desvaneciéndose mientras su mente quedaba envuelta en los suaves recuerdos que buscó para consolarse. En pocos segundos, ya no le escuchó más; estaba sumida en el ab